Rebusqué frenéticamente por todos los cajones, por cada rincón de la casa, buscando desesperadamente las llaves de la sala de mi abuela. Pero Ryu las había escondido, impidiéndome el acceso. No quería que entrara, no quería que encontrara lo que necesitaba.
¿De verdad pensaba que lo mejor para mí era dejar que el dolor y la confusión me consumieran? ¿Que me convirtiera en un monstruo sediento de sangre? No, no podía permitir que eso sucediera. Ryu no veía las consecuencias, no veía más allá de su propio miedo y su deseo de control. ¿Qué cambiaba ahora después de tantos años tomándomelo? Nada, absolutamente nada.
Solo que ahora, mi vida dependía de él, y eso me aterraba aún más.
Salí de la casa mientras dormían, al menos Ryu. Arion seguramente estaría cazando por ahí. Necesitaba respirar, sentir el aire fresco en mis pulmones, encontrar un atisbo de normalidad en medio del caos. Primero pasé por su tumba, era tan doloroso saber que ella estaba ahí, que seguiría ahí para siempre. Me parecía tan irreal. Pero no rompería lo que pacté, lo que le prometí.
Por eso me dirigí al invernadero, donde mis plantas me esperaban, floreciendo cada día más. No me habían prohibido salir explícitamente, pero el mensaje implícito era claro. Si antes el miedo me paralizaba, ahora se había desvanecido por completo. Ya no me importaba quién o qué acechara más allá de los árboles. Si me querían, que vinieran a por mí.
Me sumergí en las tareas que había dejado a medias con mi abuela, buscando consuelo en la familiaridad de sus rutinas. Cada movimiento, cada recuerdo, dolía como una herida abierta. La casa, antes llena de vida, ahora se sentía como un mausoleo silencioso y solitario. El dolor me atravesaba con cada respiración, con cada latido de mi corazón.
De repente, un crujido en el exterior del invernadero me sobresaltó. Busqué a mi alrededor, pero no vi nada al principio. Entonces, una media sonrisa se dibujó en mis labios al distinguir un cuervo posado en una rama que se balanceaba. Era demasiado pronto para que Arion hubiera regresado, en un abrir y cerrar de ojos, el cuervo desapareció. Dudé por un momento de mi propia percepción, pero la rama seguía temblando, confirmando que no estaba perdiendo la cabeza.
Me concentré en seguir los pasos que mi abuela me había enseñado, consciente de que aún me quedaba mucho por aprender y que ella ya no estaría a mi lado para guiarme. Pero estaba decidida a hacerla sentir orgullosa, aunque todavía no supiera cómo.
Sin embargo, había una cosa que sabía que la habría llenado de alegría: continuar nuestro linaje. En ese momento, no me sentía preparada para asumir esa responsabilidad. Era demasiado pronto, el peso de traer una vida al mundo en medio de tanta incertidumbre era abrumador. Sabía que ella tuvo a mi madre a mi edad, y que mi madre también me tuvo a la suya. Yo no podía seguir ese mismo camino, no ahora. Y dudaba de que supiera que uno de los efectos secundarios era quizás no poder, que nuestro linaje moriría conmigo. Me apenaba más de lo que parecía, porque eso significaba que todo lo que ella luchó por tener, desaparecería porque yo nací siendo una sangre de luna.
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Sangre de luna (Primera parte)
FantasySe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...