Sin confianza de nuevo

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Estaba en casa, sana y salva

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Estaba en casa, sana y salva. Esa certeza me permitió finalmente caer rendido en la cama, hambriento y exhausto, incapaz de dar un paso más. A pesar de mi mayor resistencia, también tenía un límite. Aunque, antes de cerrar los ojos, no pude evitar recordar el beso que Arion y Circe se habían dado. Yo no entraría en conflicto, no era una cuestión de ganar o perder.

La paz había vuelto a la casa, al menos por el momento. El silencio reinaba en los pasillos, solo interrumpido por el suave crepitar del fuego en la chimenea y el tic-tac del reloj de péndulo de la habitación. Era una calma tensa, una tregua temporal en medio de la tormenta.

Sabía que no duraría mucho. La mentira de Circe, aunque necesaria, había desatado una serie de acontecimientos que tendrían consecuencias impredecibles. Los vampiros no se quedarían de brazos cruzados, y la amenaza de un sangreétero, real o no, era demasiado poderosa para ser ignorada.

Me levanté de la cama, estirando los músculos doloridos y bostezando. El hambre me roía las entrañas, un recordatorio de que había dormido prácticamente toda la mañana y parte de la tarde. Si no me hubiera obligado a levantarme, seguramente habría seguido durmiendo hasta bien entrada la noche. Pero el estómago vacío no me dejaba otra opción.

Bajé al piso de abajo, la casa estaba envuelta en un silencio inusual. Abrí la nevera, examiné los ingredientes con la esperanza de encontrar algo apetitoso. Recordé el recetario de Galena y pensé que podría preparar algo con lo que tuviera a mano, seguro que Circe también tendría hambre de comida humana después de todo lo ocurrido.

Cerré la nevera con un par de ingredientes en las manos, pero al girarme, un golpe inesperado me impactó en el rostro con una fuerza brutal. Todo lo que llevaba salió volando, esparciéndose por el suelo. Aturdido, levanté la vista y me encontré con la mirada furiosa de Arion.

—¡¿Se puede saber qué haces?! —exclamé, llevándome la mano a la mejilla dolorida. El golpe había sido tan fuerte que me había hecho morderme la lengua, y un reguero de sangre brotaba de mi labio.

La verdad es que pensaba que habíamos llegado a una tregua después de la noche anterior. Pero la tensión en el ambiente era palpable, y la mirada de Arion me hizo entender que algo iba mal.

—Se te olvidó mencionarme que tú, ya la habías besado.

Contuve la respiración, ¿acaso Circe se lo había dicho? ¿Por qué haría algo así?

—Circe... —comencé a decir, pero Arion me interrumpió.

—No, ella no lo ha dicho —respondió, con su mirada fija en mí—. Pero tu mirada, cuando la besé, fue suficiente revelación para darme cuenta de que te hubiera encantado estar en mi lugar. Así que te lo debía.

No sabía si disculparme, si intentar explicar la situación o simplemente desaparecer. La tensión en el aire era asfixiante. Recogí los ingredientes esparcidos por el suelo, consciente de que cualquier intento de disculpa sería inútil en ese momento.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora