No era un dolor provocado directamente por él, sino uno que emergía desde lo más profundo de mis entrañas. Era el recordatorio de una herida pasada que nunca había terminado de cicatrizar y, sin mi permiso, había regresado. Había intentado enterrarlo, ocultarlo bajo capas de tiempo y distracción, pero su partida había removido todo, desenterrando el sufrimiento con una fuerza arrolladora.
Mientras la nieve me cubría, congelando mis lágrimas, pude escuchar un murmullo que provenía de más allá de los árboles. Era un murmullo que susurraba mi nombre, invitándome a acercarme. El susurro era hipnotizante, dejándome completamente paralizada. De repente, el tiempo parecía correr a una velocidad vertiginosa, mientras yo permanecía inmóvil en el suelo, sintiendo el frío de la nieve calarse hasta mis huesos.
Por eso, en aquel momento en que pagaba mi frustración y rabia con las semillas, no podía dejar de darle vueltas. Seguía habiendo alguien, seguía llamándome con insistencia, pero en vez de acercarse, parecía esperar a que yo me marchara voluntariamente. Por eso me paralicé. Él podía irse si quería, no necesitaba un sucio vampiro en mi vida, no lo necesitaba para nada.
Clavé la pala en la maceta y la rompí accidentalmente. Habían sido unas acusaciones demasiado venenosas, ¿cómo se atrevía a decir eso de mi abuela? Ni siquiera sabía todo lo que habíamos pasado juntas, sin embargo, se atrevía a decir que ella me estaba poniendo en peligro. Ella, quien procuró que viviera, quien se aseguró de que nunca me faltara nada mientras mi madre se marchaba bajo la nieve...
Tiré la maceta rota al suelo y cerré los ojos, escuchando los trozos romperse.
Ni siquiera podía concentrarme en aquello. No había podido pegar ojo desde hacía noches, desde que decidió irse. Todo parecía ralentizarse, la nieve era más fría y las pesadillas volvían. Comenzaba a soñar con mi abuela haciendo el jarabe, recordando sus manos moviéndose en el mortero, su sonrisa, y su forma de mirarme cuando era niña mientras me acercaba una cucharada a la boca. Sonreía, premiándome por habérmelo tragado a pesar de mis quejas.
—Por todos los dioses, Circe, si llego a saber que ibas a involucrarte tanto, te lo habría dicho antes. —Mi abuela entró al invernadero con una sonrisa cálida—. Aún no habrás desayunado, ¿a qué no?
Negué con la cabeza. Sabía que intentaban no sacar el tema, pero a veces, cuanto más evitabas hablar de algo, más necesario se volvía sacarlo a la luz.
—Ahora iré, pero quería comentarte algo —dije, notando cómo ignoraba completamente la maceta rota en el suelo—. He decidido dejar la universidad... No creo que encaje mucho allí.
Pude ver la sorpresa clara en su rostro, aunque debía de haberlo intuido; llevaba semanas sin asistir a clases. Lo raro es que no me hubieran echado por mis faltas de asistencia.
—Es tu elección, hija mía.
Sabía que diría eso. Por eso no insistí más en el asunto. Ahora debía dedicarme a otra cosa, centrarme en algo nuevo. Pasé por su lado, pero antes de salir del invernadero, me detuvo. Apoyó sus manos en mis mejillas y me besó con fuerza.
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Sangre de luna (Primera parte)
FantasíaSe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...