Alta estirpe

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Pese a que Galena insistía en que no necesitaba compañía, yo no podía evitar compartir aquel tiempo con ella

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Pese a que Galena insistía en que no necesitaba compañía, yo no podía evitar compartir aquel tiempo con ella. Cada día, encontraba una excusa para quedarme cerca, aunque admito que evitaba encontrarme con su mirada o compartir el mismo espacio que Circe. No era por miedo, sino más bien por una extraña sensación de incomodidad que aún persistía en mí. No obstante, con el paso de los días, esa incomodidad parecía ir desvaneciéndose, casi como si el recuerdo de la sangre de luna se desvaneciera con ella.

El vampiro, por otro lado, parecía ser su sombra constante. Por las mañanas, lo observaba salir por la ventana o incluso por la misma puerta de la habitación. Si Galena lo sabía, hacía completamente la vista gorda. Como si no fuera con ella.

Intenté concentrarme en lo que me había pedido, buscando el frasco de la mandrágora entre los utensilios dispersos por la mesa. Una vez lo encontré, lo tomé con cuidado y se lo entregué a Galena, tratando de mantener mi atención en la tarea en cuestión.

—¿Descansas lo suficiente, hijo mío? —preguntó Galena con una mirada dulce mientras aceptaba el frasco.

—Sí, intento hacerlo —respondí, esbozando una sonrisa forzada.

—¿Entonces a qué viene esa cara? —inquirió con curiosidad, percibiendo mi expresión preocupada.

Negué intentando no entrar en aquella conversación.

—No es nada Galena, me mantengo tenso. —Asintió dándome la razón, porque sabíamos que no había acabado.

Sacó del frasco el trozo de mandrágora y comenzó a cortarlo con una pequeña daga, sus movimientos precisos y fluidos mostraban una destreza adquirida con años de práctica. Me encantaba verla en acción.

—No me has hablado sobre tus viajes —comentó Galena de repente, su voz suave rompiendo el silencio que había reinado hasta entonces. Su sonrisa era radiante, iluminando su rostro con una calidez que hacía brillar sus ojos—. Siempre que te pasabas por aquí, te ibas con tanta rapidez que... Te olvidabas de contarme cómo te iba todo.

Cuando me marché, ni siquiera tenía en mente a dónde ir; simplemente me adentré en las profundidades del bosque sin mirar atrás. Recorrí aldeas, pueblos... En todos los lugares donde iba me miraban extrañados, como si fuera una criatura que iba a arrasar con todo a su paso. Fue entonces cuando decidí ocultar mis cuernos con mi magia, simplemente para encajar un poco más, aunque mi pelo blanquecino me delataba. Y utilizar mi magia para hacer que tuvieran menos miedo no me parecía muy justo, no me gustaba controlar las emociones del resto.

Conocí a los humanos más allá, seres completamente diferentes a los de este mundo. Tropecé con ninfas, vampiros salvajes, hombres lobo... Me estremecí ante los fuegos fatuos que te conducían inexorablemente hacia tu perdición. Contemplé pegasos surcando el cielo, sus alas batientes silenciosas mientras huían de ser cazados por entes más oscuros aún.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora