La furia lo consumía, cada vez más intenso, más desesperado, como si el tiempo se le escapara entre los dedos. Yo, en cambio, luchaba por soportar el dolor que me infligía, observando impotente cómo mi sangre alimentaba su crueldad.
Sentía cómo mi vida se desvanecía con cada gota que se derramaba, mientras él se regodeaba en su sádico placer. Una mezcla de rabia y desesperación me inundaba, pero también una extraña calma. Sabía que no podía luchar contra él, que mi destino estaba sellado.
Las horas se arrastraban, pesadas y lentas, marcando su paso en mi piel y en mi corazón agitado. Él ya no estaba solo; más vampiros se habían congregado, atraídos por la noticia de que había capturado a una sangre de luna y de que la haría suya. Me observaban con recelo, como si fuera una criatura venenosa, incrédulos ante la rareza de mi existencia. Temerosos la mayoría, como si en cualquier momento fuera a desatar un caos.
Susurraban y murmuraban entre ellos, sus voces apenas perceptibles para mis oídos exhaustos. Hasta que un hombre, cuya aura no encajaba con la de los vampiros, se acercó. Un colmillo colgaba de su cuello, revelando su verdadera naturaleza: un hombre lobo. Se dirigía hacia mi captor con sigilo, mientras mi mente, debilitada, pero aún desafiante, lo maldecía en silencio.
—Entonces, no hay nada que perder —afirmó Daire con un asentimiento decidido.
Se aproximó a mí y, con un rápido movimiento, liberó las ataduras que me aprisionaban. Aunque el instinto de defenderme se encendió en mi interior, mi cuerpo se desplomó, vencido por el agotamiento. Mareada y sin fuerzas, me convertí en un bulto inerte sobre sus hombros. El hombre lobo me alzó sin esfuerzo y comenzó a adentrarse en el bosque, cuyos árboles parecían susurrar a nuestro paso, como si la propia naturaleza estuviera conspirando.
No comprendía por qué no acababa de una vez conmigo. Jamás cedería a sus deseos, jamás aceptaría unirme a él. Al final, tendría que lidiar con mi cadáver.
Desconocía nuestro destino, pero la pendiente era ascendente, el aire fresco y la luz menguante del sol indicaban que nos adentrábamos en las alturas. Estaba demasiado desorientada para preocuparme por el tiempo, hambrienta, dolorida y harta. De repente, nos detuvimos. Me arrojó sobre el suelo cubierto de musgo y Daire, empuñando la daga que me había arrebatado, realizó un corte en la palma del hombre lobo. Acercó la mano ensangrentada a mis labios, obligándome a ingerir las gotas. Intenté resistirme, pero era inútil. Quizás esa sangre me ayudaría a mantenerme con vida un poco más. Sabía que algo en mi interior estaba roto; el dolor que me recorría era insoportable. Y el sabor de la sangre pese a hacer algo, era horrible, de las peores que había probado.
Me alzó de nuevo, pero esta vez me encontraba más lúcida. Su intención era clara: alimentarme lo suficiente para que recuperara algo de fuerza, pero no tanta como para poder oponer resistencia.
A nuestro alrededor, sombras furtivas se movían entre los árboles, siluetas que en otras circunstancias me habrían intrigado. Sin embargo, en ese momento, mi mente estaba demasiado nublada por el dolor y el cansancio para prestarles atención. Solo sentía que la muerte acechaba a cada paso.
ESTÁS LEYENDO
Sangre de luna (Primera parte)
FantasiSe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...