Maldito chupasangre

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No sabía qué sentir, qué decir

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No sabía qué sentir, qué decir. Era como si el mundo se hubiera detenido en seco ante esa revelación.

—Tengo que salir, hacer unos recados —murmuré, evitando el contacto visual con Circe. No quería escuchar ninguna explicación, ninguna justificación.

Porque si escuchaba, se haría real. Y esa realidad era algo que no estaba dispuesto a aceptar.

—Ryu... —intentó decir Circe, pero la interrumpí.

—Cojo el coche, espero que no te importe —dije con voz cortante, agarrando las llaves del cajón y saliendo de la casa como un alma en pena.

Me sentía abrumado, ahogado por un torbellino de emociones contradictorias. Me refugié en el coche, donde permanecí durante largos minutos, intentando poner en orden mis pensamientos y calmar el caos que se había desatado en mi interior.

El silencio del bosque me envolvía, amplificando el eco de mis propios latidos. Intenté respirar hondo, buscando la calma que tanto necesitaba, pero el nudo en mi garganta me lo impedía. ¿Cómo era posible que Circe se hubiera comprometido con Arion? Las imágenes de nuestros momentos juntos me asaltaban sin piedad: su sonrisa radiante, sus ojos llenos de vida, el roce de sus manos... Cada recuerdo avivaba la llama de un amor que creía correspondido. Y ahora, ese amor se desvanecía como humo, dejando tras de sí un rastro de amargura y desolación.

Tras horas de carretera y kilómetros devorados, acabé en la ciudad, frente a un bar que conocía demasiado bien. No tenía nombre, solo una puerta negra con una mirilla, un lugar donde las criaturas de la noche buscaban un atisbo de humanidad en la oscuridad.

Salí del coche con paso decidido, aunque mi mente seguía nublada por la confusión y la rabia. Me acerqué a la puerta y llamé con tres golpes secos, como dictaba la costumbre. Un ojo me observó a través de la mirilla, evaluándome en silencio. Tras unos segundos que parecieron eternos, la puerta se abrió lentamente, invitándome a entrar en aquel refugio de sombras y secretos.

El interior del bar era un laberinto de penumbra y luces tenues, un ambiente denso cargado de aromas embriagadores y conversaciones susurradas. Vampiros y hombres lobo se mezclaban en las mesas, compartiendo tragos y confidencias en voz baja, como si temieran ser escuchados por oídos indiscretos. En un rincón apartado, un vampiro saciaba su sed en el cuello de una humana que se ofrecía voluntariamente, un intercambio silencioso y consentido en aquel espacio donde las reglas del mundo exterior no tenían validez.

Me acerqué a la barra, consciente de que Galena no estaría muy orgullosa de verme de vuelta en aquel lugar. Más de una vez me había encontrado allí y me había arrastrado de las orejas lejos de aquel antro. A pesar de las advertencias, no creía estar haciendo nada malo.

—¿Qué te sirvo? —preguntó el heminfo que atendía la barra.

—Lo que sea —respondí con indiferencia.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora