Sangre de luna nunca muere

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La respiración se me escapaba en jadeos dolorosos, cada músculo de mi cuerpo clamaba por descanso

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La respiración se me escapaba en jadeos dolorosos, cada músculo de mi cuerpo clamaba por descanso. La inconsciencia me amenazaba con arrastrarme a un sueño eterno. Pero unas manos insistentes me retenían en el mundo de los vivos, rozando mi frente y mi rostro con una suavidad inesperada, como si intentaran despertarme de una pesadilla.

—Circe... —susurró una voz suave y tranquilizadora—. Vamos, despierta. Reacciona.

Abrí los ojos lentamente, conteniendo el aliento al encontrarme de nuevo con la misma chica de antes. Aquella que parecía un reflejo espectral de mí misma. Al menos, en ciertos aspectos.

—Muy bien, así está mejor... —murmuró, y sentí unas gotas de un líquido cálido y metálico en mis labios—. Bebe, te ayudará a aliviar el dolor.

Obedecí, tragando su sangre, en un intento desesperado por aferrarme a la vida. Cerré los ojos, luchando contra las náuseas, mientras ella pasaba algo suave y frío por mi frente y brazos.

—¿Quién eres? —pregunté con un hilo de voz—. ¿Estoy muerta?

Su risa, melodiosa y reconfortante, me hizo dudar por un instante si realmente había cruzado al otro lado.

—¿Puedes incorporarte un poco? Te ayudo.

Asentí y, con un esfuerzo sobrehumano, logré apoyar mi espalda contra el tronco de un árbol imponente. Ahora no cabía duda: era idéntica a mí. Pero no podía ser otra sangre de luna, a menos que también estuviera huyendo, escapando de un destino cruel como el mío.

—No estás muerta, al menos no todavía —respondió, apartando su mirada del bosque—. Mas, lo estarás si no huyes...

Observé la espesura, desorientada y sin saber dónde me encontraba.

—¿Qué eres? Creo que... —Las palabras se me escapaban entrecortadas, mi cabeza palpitaba con fuerza.

La vi tomar una hoja, sumergirla en un charco y pasarla por mi frente con suavidad.

—Respira hondo, tranquila —me indicó, y obedecí, esperando que eso aliviara mi malestar—. No eres la única con tantas preguntas.

No podía apartar los ojos de ella. ¿Así era como me veían los demás?

—¿Eres una sangre de luna?

—Lo fui —respondió con una sonrisa amable—. Hace muchos siglos. Ahora solo soy un alma errante.

Intenté comprender sus palabras, pero mi mente se negaba a procesarlas.

—¿Cuál es tu nombre?

—Me llamo Selene —declaró con solemnidad—. Soy la primera sangre de luna, Circe.

No, había perdido la razón. Ella estaba muerta, como seguramente yo también lo estaría pronto. Debía huir de allí, estaba sufriendo alucinaciones, o quizás la sangre de lobo había desencadenado alguna reacción extraña en mí.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora