Algo me faltaba. Esa fue mi primera sensación al despertar, seguida de la desconcertante pregunta de cómo había terminado en esa habitación.
Observé el fuego apagado, la silla en la esquina de la cama y la ropa que llevaba, que no era la mía. ¿Había vuelto a suceder? Detestaba esa sensación que se extendía por mi pecho, recordándome que algo esencial se me había escapado. Di una palmada contra la cama, encogiéndome de hombros, aún sin entender cómo había llegado allí. No parecía accidental, pero dudaba que fuera por voluntad propia. Y ponía la mano en el fuego de que con Ryu no había pasado nada.
Hundí los dedos en mi pelo, escuchando el silencio, el silencio y la nieve caer. Hacía frío, pero las chispas que aún brillaban en las cenizas mantenían un calor residual.
Salí de la cama, intentando comprender. Si estaba allí, era obra de Ryu, aunque su comportamiento reciente me hacía dudar de que hubiera querido compartir su cama. Tal vez mi abuela lo había obligado. La puerta chirrió, el sonido resonó en el pasillo silencioso. No se oía nada más, y no estaba segura de si debía salir. No quería más sorpresas, así que me quedé en silencio por si mi abuela estaba reunida en la planta baja. Al no detectar nada, decidí regresar a mi habitación.
Al empezar a caminar, escuché un crujido, como si alguien estuviera en las escaleras. Me giré, pero no había nadie. Podía jurar que había sido el sonido de una pisada. Sacudí la cabeza, intentando recuperar la compostura. Esa sensación de inestabilidad no desaparecería; había olvidado algo, era normal sentirse así durante un tiempo.
Levanté la cabeza y me vi en el reflejo del espejo del pasillo. Pero no estaba sola. Había alguien a mi espalda, inmóvil, frente a las escaleras. Mi respiración se aceleró y mi cuerpo se paralizó.
—Parece que hayas visto un fantasma —murmuró con una sonrisa perversa que se dibujaba en sus labios.
Sin dudarlo un instante, le lancé lo primero que encontré, una pequeña figura. Fallé el tiro, él la atrapó en el aire y me miró con curiosidad. Estaba a pocos pasos de mi puerta, aún podía encerrarme allí hasta que alguien apareciera.
Él examinó el objeto que le había lanzado, y aproveché esa oportunidad para echar a correr. Pero era más rápido que yo. Se detuvo a escasos centímetros, justo en la puerta de mi habitación. No sabía qué pretendía, ni cómo había entrado en casa... ¿Era un paciente de mi abuela? ¿Qué clase de criatura era?
Cambié de dirección, corrí en sentido contrario.
—¡Abuela! —grité, esperando que apareciera.
Intenté interponer muebles entre nosotros, pero nada parecía detenerlo. Solo me observaba con una expresión extraña que me inquietaba y me erizaba la piel.
—Circe... —susurró, siguiéndome y esquivando los obstáculos.
—¡No! ¡Aléjate de mí, no sé quién eres!
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Sangre de luna (Primera parte)
FantasiSe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...