No sabía muy bien si lo que estaba haciendo entraba dentro de las prohibiciones de mi abuela. De todos modos, tampoco me iba a alargar mucho. Solo iba a estar un rato fuera de casa y volvería antes del anochecer. No se daría cuenta. Pensaría que había cogido un taxi, o que algún compañero me había llevado.
Sin embargo, mientras me dirigía al coche de Wyatt, no podía evitar sentir una punzada de duda. Quizás no era la mejor idea después de todo. Pero estaba mejor fuera que en casa, teniendo en cuenta que había criaturas potencialmente peligrosas bajo el mismo techo... La idea de tener que planear mi defensa antes de que ocurriera algo era agotadora.
Llegué a la vieja camioneta de Wyatt, aparcada a unos metros del campus. Por su aspecto, podía jurar que estaba abandonada. Su pintura azul celeste, estaba desgastada y manchada, mostrando parches de óxido rojizo en la carrocería. Los parachoques cromados, ahora opacos y picados, colgaban torcidos, y los faros, cubiertos de una película amarillenta.
Wyatt metió la llave en la cerradura de la camioneta, su sonrisa iluminando su rostro mientras esperaba a que abriera la puerta. Un gesto galante que contrastaba con el estado del vehículo. Había aceptado pasar un rato con él, una invitación que me había tomado por sorpresa. Hasta ahora, nuestras interacciones se habían limitado a encuentros casuales en el campus y breves conversaciones antes o después de clase. La perspectiva de pasar tiempo a solas me ponía nerviosa, pero también despertaba una chispa de curiosidad.
Al abrir la puerta, un olor a humedad y polvo me golpeó en la cara. El interior de la camioneta era un reflejo de su exterior descuidado. Los asientos de vinilo agrietado estaban cubiertos de manchas y migas, y el suelo parecía no haber visto una aspiradora en años. El salpicadero, estaba cubierto de una capa de polvo que ocultaba su color original.
Me deslicé en el asiento del copiloto, sintiendo los muelles del asiento clavarse en mi espalda. Intenté ignorar la incomodidad y me concentré en Wyatt, que se acomodaba al volante.
—Lo siento, es de mi hermano —musitó Wyatt, con un ligero rubor en las mejillas al notar mi inspección silenciosa—. Normalmente suelo coger el otro coche, pero está en el taller.
No dije nada, solo moví la cabeza en un gesto de comprensión. No quería que se sintiera avergonzado por el estado del vehículo, aunque me sorprendió saber que tenía un hermano. Nunca lo había mencionado antes.
Wyatt giró la llave en el contacto, pero el motor tosió y se detuvo con un sonido lastimero. El segundo intento fue más exitoso, y la camioneta vibró con un rugido ronco. Salimos del campus a toda velocidad, mientras yo luchaba en vano con el cinturón de seguridad atascado. Al final, desistí, observando que Wyatt tampoco llevaba el suyo puesto. Un acto de irresponsabilidad, pero ¿qué más daba? Confié en que no iba a haber ningún problema al volante, a pesar de la primera impresión y quizás no estábamos muy lejos.
Los cristales estaban sucios, pero no lo suficiente como para ocultar los primeros copos de nieve que caían lentamente del cielo.
—Vaya, está empezando a nevar —comentó Wyatt, mirando por el parabrisas y luego a mí con una sonrisa—. ¿Te apetece que vayamos a mi casa?
ESTÁS LEYENDO
Sangre de luna (Primera parte)
FantasiaSe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...