Debí haber sido yo, no ella. No se merecía aquel final, no se merecía morir de esa manera, tan brutal, tan injusta. Y, sin embargo, había sucedido de la peor forma posible. La habían arrebatado de nuestras vidas, dejándonos a merced de la oscuridad y la incertidumbre.
Sola y vulnerable, luchando por su vida en la casa vacía, eso me atormentaba. La culpa me corroía por dentro, como un ácido que quemaba mi alma y destrozaba mis entrañas. Sabía que ella había sacrificado su propia seguridad por protegerme, y yo no había estado allí para hacer lo mismo.
No quería nada. El vacío me consumía, era lo que merecía. Solo deseaba sumergirme en ese sentimiento de desesperación que crecía en mi interior, como una enredadera venenosa que se aferraba a cada rincón de mi alma para pudrirme lentamente. Quería desaparecer, desvanecerme en la nada, dejar de existir. Ya no me quedaba nada, solo un dolor insoportable y la posibilidad de convertirme en un monstruo. Sería lo mejor para todos. Un peligro menos, una carga menos que soportar. Porque eso es lo que había sido durante todo este tiempo, una bomba de relojería a punto de estallar, un monstruo que mi abuela había intentado contener en vano. Y, ahora, sin ella, ¿qué me quedaba? ¿Qué futuro me esperaba? Nada. Ninguno.
—Circe... Por favor, te lo suplico —la voz de Arion, cargada de angustia, me llegó como un eco lejano. No la sentía cerca.
Negué con la cabeza, enterrándome aún más en las sábanas, buscando refugio en la oscuridad. No quería luchar, no veía el sentido de seguir adelante.
Arion se arrodilló frente a la cama, apartando la sábana con cuidado para mirarme a los ojos.
—Debes comer, Circe —dijo con firmeza, su voz llena de preocupación—. No dejaré que te tortures así, ¿me oyes?
—Por favor, vete... —susurré, mi voz apenas era un hilo roto a punto de hacerme romper en llanto.
No entendía por qué insistía, por qué no me dejaba en paz. No pensaba ceder, no pensaba tomar sangre, no pensaba convertirme en el monstruo que todos temían, en el monstruo que yo misma temía ser. Sin mi abuela, no había nada que hacer. Vivir solo los condenaría a un sufrimiento inevitable, y creía que ya había habido suficiente dolor, suficiente muerte.
—¿Esto es lo que ella querría? —Su voz se cargó de rabia, de una frustración contenida que finalmente estallaba. Lo notaba, estaba perdiendo la paciencia, y era lo que deseaba. Tarde o temprano se iría, dejándome sola con mi dolor y mi muerte—. Tu abuela ha estado diecinueve años cuidándote, demostrando lo contrario a lo que todos creían, y tú, ahora, ¿vas a tirar todo eso a la basura?
Aquello hizo que rompiera en llanto.
—Por favor...
—Circe, ¿no lo entiendes? —Cambió el tono de su voz a uno más suave—. Si cedes, si ahora mismo te dejas morir... —Hizo una pausa, como si le costara pronunciar la posibilidad—. Han ganado. Se desharían de ti y todo seguiría como si nada. No es lo que tu abuela hubiera querido, ¿me oyes? Ella me suplicó que volviera, que te cuidara, que confiara en ti. Lo hice desde el primer momento que me abriste la puerta y vi tus ojos... Joder, Circe, no estás sola... No lo estás, porque si hace falta me arrancaré el corazón del pecho y te lo daré para que entiendas que no estás sola, que hay alguien que te quiere y que luchará por ti.
ESTÁS LEYENDO
Sangre de luna (Primera parte)
FantasiSe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...