El peso de la sangre

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Por poco se le cae un frasco, lo cogió en el aire mientras leía la nota

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Por poco se le cae un frasco, lo cogió en el aire mientras leía la nota. Mientras tanto observé todos los artilugios que había por medio, las hierbas secándose que colgaban el techo. Podía recordar aquel lugar, aunque en mi laguna por la puerta entraba mucho más sol y alumbraba cada rincón a su paso.

—No ha incluido la ración de sangre... —Se subió a una pequeña escalera para alcanzar los estantes de arriba—. Es raro, siempre la incluye en su compra.

Tragué saliva, miré a Ryu quien no se había movido ni un palmo de la puerta. Mientras Arion daba vueltas de un lado para otro, inquieto.

—A mí no me ha dicho nada. —Negó Ryu.

Volví a mirar al hombre, esperaba algún tipo de contestación.

—Creo que no es necesario.

Bajó de la escalera con lentitud, llevándose una mano a la lumbar.

—Necesario es. Toda sangre de luna necesita alimentarse de sangre, es lo más importante en su dieta.

Notaba una especie de cosquilleo en la garganta, como si pudiera sentir el palpitar del corazón subiendo lentamente mientras me desgarraba. Estaba seca y conforme más subía más daño me producía. No quería recordarlo, porque pese a que podía ser el motivo de mi malestar, tan solo pensar en la sangre se me revolvía el estómago.

—De acuerdo, tomaré tu silencio como que no es necesario.

Agaché la mirada, ahora por mi mente no desaparecía la idea.

—¿De dónde la sacas?

Caminó hasta el otro lado de la tienda, se subió a la escalera y rebuscó por los estantes, parecía que no me había escuchado.

—¿De dónde...?

—Te he oído, bonita.

Puse los ojos en blanco. Al parecer solo quería ser charlador para algunas cosas.

—¿Siempre te la ha encargado mi abuela?

—No, no siempre. Mas, ella sabe que puedo conseguir todo lo que me pida. —Bajó de la escalera y se acercó al mostrador—. Solo hay que tener unos buenos contactos y una charla un poco convincente.

No quería preguntar si conseguirla conllevaba algún tipo de asesinato, creo que cada vez me estaba encontrando peor.

—Tú solo moléstate en alimentarte como debes, por las ojeras que hay bajo tus ojos veo que no lo has estado haciendo. —Me llevé las manos a estas—. Conforme más creces, más necesitas, es natural. No intentes evitarlo, dudo mucho que quieras acabar gravemente enferma.

Aparté inmediatamente las yemas de mi rostro, seguidamente me acerqué al mostrador. Ya tenía todo lo que me había pedido. Lo introdujo en una bolsa de tela oscura, extendió su brazo con una sonrisa muy forzada. Mi abuela se ocupaba pagarle cada solsticio.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora