Entrego mi alma

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Había revisado minuciosamente todo el arsenal de mi abuela: sus armas, sus dagas, sus arcos

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Había revisado minuciosamente todo el arsenal de mi abuela: sus armas, sus dagas, sus arcos... cada reliquia, cada herramienta de defensa y ataque. Sabía que debía estar preparada para lo que pudiera venir. Por eso, Arion se ofreció a ayudarme a perfeccionar mi puntería, esta vez con flechas de madera especialmente diseñadas para absorber el veneno y causar un efecto aún más devastador en caso de impacto.

Ryu no quería estar presente, así que le encomendé algunos recados. Dudaba que me permitiera ir dos veces a la tienda en la misma semana, y, además, debía recoger la lápida de mi abuela. Era un encargo doloroso, pero necesario para honrar su memoria y mantenerla cerca de mí.

Por supuesto, lanzar flechas en casa estaba estrictamente prohibido. No nos quedó otra opción que aventurarnos lo más cerca posible, sin siquiera acercarnos al bosque. Nos conformamos con el árbol más cercano, un roble solitario que se erguía imponente en el límite de la propiedad. Arion marcó un círculo rojo en su tronco, un objetivo desafiante para mí, aunque ambos sabíamos que acertar sería una tarea ardua.

—Relaja los hombros —murmuró Arion a mi espalda, mientras me ayudaba a cargar la flecha en el arco—. Suelta el aire lentamente.

—¿Cómo no voy a estar tensa? —respondí, sin poder evitar el temblor en mi voz—. ¿No ves lo que tengo en la mano?

La punta de la flecha brillaba con un siniestro resplandor verdoso. La había dejado sumergida en el veneno durante horas, y estaba segura de que con eso bastaría para acabar con cualquier criatura que se atreviera a ponerse en mi camino.

Coloqué la ballesta en posición, alineando la mira con el círculo rojo pintado en el tronco del roble. Mis ojos se clavaron en la marca, intentando convencerme de que ahí era donde debía impactar la flecha.

—No lo pienses tanto —me aconsejó Arion, con su voz suave y tranquilizadora.

—¡No me estás ayudando! —exclamé, frustrada por mi incapacidad para controlar el temblor de mis manos.

Él se acercó a mí con cautela, sus manos se posaron sobre las mías, guiándolas suavemente. Su cuerpo se encontraba tan cerca del mío que podía sentir su aliento cálido en mi cuello, y un escalofrío me recorrió la espalda.

—Estás tensa y tiemblas —susurró en mi oído, su voz grave y profunda enviando una oleada de calor por todo mi cuerpo—. No hay nadie aquí, solo estás practicando, cervatilla.

Sus palabras, cargadas de una intimidad inesperada, hicieron que mis piernas se debilitaran. La tensión abandonó mi cuerpo, reemplazada por una extraña mezcla de nerviosismo y excitación.

Disparé en el momento en que sus manos se apartaron de las mías. La flecha, impulsada por la fuerza de la ballesta, se perdió en la espesura del bosque sin siquiera rozar el árbol. Una menos, pensé, aliviada de no tener que buscarla entre la maleza. Dudaba que Arion tuviera intención de hacerlo tampoco.

Sangre de luna (Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora