El tiempo volaba cuando te mantenías ocupada, y yo, todas las noches, me sumergía en el mundo de la curación. La sala de curación se había transformado en mi santuario, donde recibía a pacientes de todas las especies. Algunos llegaban con simples dolores de estómago, otros con heridas superficiales. La mayoría eran hombres lobo, pero también atendía a humanos que convivían con criaturas sobrenaturales. Los heminfas, con su generosidad desbordante, eran los pacientes más agradecidos. Cada mañana, al despertar, encontraba una cesta repleta de alimentos frescos y deliciosos en la puerta de casa. La primera vez que la vi, un grito de alegría escapó de mis labios, inundándome de una felicidad inesperada. Desperté a Ryu de un susto y estuvo mirándome mal durante todo el día, hasta me arrastró por la casa como venganza.
Mientras tanto, Arion se había vuelto escurridizo. Sus apariciones eran esporádicas, pero cuando estaba conmigo, su pasión y deseo por mí eran palpables. Sus caricias y sus besos despertaban en mí un deseo que no podía negar, y siempre acababa pasando. Acabamos acostándonos con las mismas ganas y deseo que al principio. Algo que deseaba como nadie, siempre y cuando no fuera su medio para entretenerme.
No comprendía los motivos de su ausencia, pero a veces, incluso estando a su lado, sentía un vacío inexplicable, una añoranza de algo más profundo que la pasión. Parecía rehuir cualquier conversación sobre la consulta, refunfuñando cada vez que mencionaba el tema, y silenciando mis preguntas con besos a los que, tontamente, a veces sucumbía. Por las noches aparecía como un espectro, pero se desvanecía antes del amanecer, como si nuestra conexión fuera un sueño fugaz. Durante el día, su presencia era intermitente, a veces me acompañaba mientras preparaba la consulta, pero su semblante reflejaba una insatisfacción que no podía ocultar. Sabía que mi trabajo me llenaba por completo, que me hacía sentir realizada y útil.
Arion deseaba que la ceremonia de unión se celebrara pronto, ya habían pasado semanas desde aquella noche, y yo aún no había compartido nuestra relación con nadie. Sentía que él quería poseerme por completo, pero a la vez todo lo contrario. Era un equilibrio delicado, un tira y cuerda entre dos mundos que amenazaba con romperme en pedazos.
Y mientras mi mente divagaba, mirando como llovía a marees por el cristal en plena noche, esperé que algún paciente apareciera. Estaba sola en el comedor, Ryu se había ido a descansar porque el pobre llevaba noches acompañándome y desde luego no era muy justo. En ese momento, vi una sombra moverse bajo la lluvia, corría hacia aquí con algo en sus brazos. Me lancé a la puerta, y la vi acercarse.
Era una ninfa, con su piel luminosa y cabello etéreo, empapados por la lluvia. Sus ojos, del color de la menta fresca, reflejaban angustia y preocupación mientras mecía al bebé que lloraba desconsoladamente en sus brazos. El pequeño, envuelto en una manta de musgo, parecía retorcerse de dolor. Su piel, normalmente de un suave color rosa, estaba enrojecida y caliente al tacto. Sus pequeños puños se apretaban contra su pecho, y su rostro, antes sereno y angelical, estaba contraído en una mueca de sufrimiento. Sus ojos, del color del cielo, ahora estaban nublados por las lágrimas, y su cabello, normalmente dorado como los rayos del sol, estaba pegado a su frente sudorosa. Sus sollozos eran desgarradores, llenando la noche lluviosa con una melodía de desesperación. La ninfa, descalza y vestida con una túnica de pétalos marchitos, temblaba de frío y miedo.
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Sangre de luna (Primera parte)
FantasySe yergue ante mí. Su voz, un susurro en la oscuridad, promete protección. ―Si yo te he encontrado ―advierte―, ellos también lo harán. Mi abuela me dio unas directrices claras: No abrir la puerta si ella no se encontraba en casa. No dejar entrar a...