Siete desconocidos, siete almas que comparten un mismo destino. Siete historias unidas por un bien mayor.
¿Sabrán distinguir el bien del mal? ¿Podrán descifrar quién es el verdadero enemigo?
Esta es la historia de los hijos del pecado, siete jóvenes...
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Avaricia
Althea abrió las pesadas puertas de la biblioteca y nos recibió un penetrante olor a polvo y humedad. Para tratarse de una biblioteca personal, era realmente enorme con sendos pasillos entre estanterías, que cubrían también las paredes. Nunca había tenido demasiado interés en la lectura, pero sabía de primera mano que la pelirroja era una ávida lectora. Le había pedido ver la biblioteca, no porque de pronto hubiera sentido la necesidad de enterrar mi nariz en algún libro, sino para conseguir un objeto en concreto. Un plano. Un plano del palacio.
La chica accionó una especie de interruptor en la pared de piedra de su izquierda y fogonazos de luz iluminaron la estancia. No me había percatado de las pequeñas lámparas desperdigadas por todo el lugar, tanto en las paredes como entre las estanterías. Mi mirada escudriñaba cada rincón con admiración y, cuando devolví la vista a Althea, descubrí que ella me estaba mirando con una ligera sonrisa en sus labios.
No tardé en contagiarme de aquella sonrisa y pude notar cómo sus mejillas enrojecían. Aparté la mirada para no incomodarla y ella se limitó a bajar la escalera delante de mí. La seguí, echando un vistazo a la multitud de volúmenes polvorientos, algunos de los cuales parecían tener siglos de antigüedad. La pelirroja me guiaba, perdiéndose entre estanterías en su recorrido hacia el lugar donde debían encontrarse los mapas.
Esperaba ver un cubo en algún rincón con varios planos polvorientos de gran tamaño en su interior pero, en lugar de eso, nos detuvimos frente a una estantería que ocupaba toda la pared y contra la que descansaba una precaria escalera. Antes de que pudiera ofrecerme a alcanzar el plano, Althea ya se había encaramado a la escalera. Sus dedos hábiles se pasearon por los lomos de los libros. Sacó uno para hojearlo, buscando en su interior. Sacó un papel amarilleado por el paso del tiempo y se dispuso a bajar.
Un chasquido y un gritito fueron el único aviso que tuve antes de verla caer hacia atrás. Mis piernas se movieron solas y llegué a tiempo para atraparla entre mis brazos. Me tambaleé por el impacto, pero me mantuve en pie, asiéndola firmemente de la espalda mientras mi otro brazo sostenía sus piernas.
Mi pecho subía y bajaba por el esfuerzo y el susto que me había llevado. Algunas ondas de cabello cobrizo habían caído en su rostro y no pude contener la sonrisa que tironeó de mis labios mientras la veía apartarlas, teniendo una mejor vista de sus grandes ojos turquesa. Nunca antes había notado las pequeñas vetas oscuras que adornaban sus pupilas. Su mirada sin duda me atrapaba, no supe cuánto tiempo había pasado mirándola hasta que aclaró su garganta.
No fue planeado, lo juro. Pero la solté tan rápido que por poco se cae de nuevo. Me fulminó con la mirada mientras sacudía la falda de su vestido y alcé las manos a modo de rendición. Volvió a carraspear y entonces abrió el plano que había encontrado, dejándolo estirado sobre una de las mesas de madera.
—¿Se puede saber para qué necesitas un plano del palacio? —preguntó, y pude notar cierta desconfianza en su voz.
—Solo…curiosidad, nunca lo he visitado antes.—me encogí de hombros, pasando mis dedos por el borde de la mesa mientras la rodeaba hasta situarme junto a ella. Me detuve y miré mis dedos, haciendo una mueca al notar la fina capa de polvo que ahora los cubría—. Quizás le haga una visita pronto.
Desvié mi mirada hacia la pelirroja, notando una chispa en sus ojos, sabía exactamente lo que trataba de decir. Parte de mí quería que me dijera que no lo hiciera, aún si no podía detenerme. Quería sentir que se preocupaba por mí.
Pero no ocurrió nada, sus ondas resbalaron por sus hombros cuando se inclinó por encima del plano y señaló dos extremos del boceto de la edificación.
—Hay dos formas de entrar, pero esta…—se detuvo para tomar un lápiz de unos de los lapiceros, haciendo un círculo en uno de los extremos—. …es la más segura.
No es lo que esperaba y, sin embargo, mi pecho se henchió en una respiración profunda y una sonrisa se extendió por mí rostro. No debería ayudarme y era muy consciente de ello, pero lo había hecho aún así. Había corrido ese riesgo sólo por mí.
—No sabía que conocieras tan bien los detalles del palacio.—Dije únicamente para molestarla, ganándome una mirada fulminante de su parte—. ¿Qué otros secretos escondes, cervatilla?
Su expresión azorada por poco me saca una carcajada. Tuve que apartar la mirada cuando esos enormes ojos verdosos fueron demasiado para resistirlos.
—¿Cómo me has llamado?
—Cervatilla.—repetí, poniendo énfasis en cada sílaba, sabiendo que aquello la irritaría.
Su hermoso rostro se contorsionó cuando frunció su ceño y, al ver que no decía nada más, me limité a enrollar el plano e introducirlo en el interior de mi pantalón, cubriendo el sobrante con mi camisa.
Emprendí el camino de vuelta a la salida al ver que Althea continuaba escudriñándome sin mediar palabra .Tuve que reprimir una risa cuando sus rápidos pasos resonaron detrás de mí mientras trataba de alcanzarme.
—¿Cómo debería llamarte a ti? Ya que te gusta poner apodos.—habló al fin, sus palabras estaban teñidas de evidente molestia, cosa que me resultaba sumamente adorable.
Detuve mi andar y me giré, provocando que chocara contra mi pecho y la miré con expresión divertida, inclinando mi cabeza hasta que nuestras narices prácticamente se rozaban.
—Tú puedes llamarme como quieras.—mi voz salió más ronca y seductora de lo que pretendía, pero lo agradecí al percibir el respingo que dio la pelirroja contra mi cuerpo.
—Eres idiota. —dijo en cuanto se recuperó, su pequeña nariz arrugándose como solía hacer cuando estaba molesta.
Jodidamente adorable.
—No te lo voy a discutir, pero no creo que sea un apodo adecuado.
Le dejé espacio, aunque asegurándome de acariciar sus muñecas mientras me alejaba de su cuerpo, subiendo las escaleras que conducían a la salida. La calidez del sol me recibió al salir de aquella oscura y húmeda estancia, cosa que agradecí sobremanera.
Ya tenía lo que había venido a buscar y se me acababa el tiempo. Esa misma noche, haría una visita al palacio. Puede que odiase a mi padre, pero odiaba aún más la injusticia.
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