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Avaricia

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Avaricia

Eiran.

La noche estaba tranquila, el silencio apenas roto por el murmullo distante de la ciudad. Me movía en la penumbra del pasillo, acercándome a la habitación de Kenji. Había notado el cambio en su comportamiento, y la curiosidad me carcomía. Me detuve junto a la puerta entreabierta y escuché.

—No sé qué le pasa últimamente —la voz de Kenji estaba cargada de preocupación—. Eiran siempre ha sido misterioso, pero ahora es diferente.

—Lo sé —respondió Zander, el hermano de Althea—, pero debemos confiar en él. Estoy seguro que no quiere hacer nada malo.

Un suspiro profundo salió de Kenji, lleno de angustia. Me alejé, sintiendo un nudo en el estómago. Su preocupación me hacía cuestionar todo. Necesitaba respuestas, y sólo había una persona que podría ayudarme a aclarar mis pensamientos: Althea.

Salí en dirección a su casa, sin notar la figura que me seguía entre las sombras. Cuando llegué, toqué suavemente la puerta y ella me recibió con una sonrisa que iluminaba la noche.

—Eiran, ¿qué te trae aquí tan tarde? —preguntó, su voz dulce y reconfortante.

—Necesitaba verte —dije sinceramente, y la verdad en mis palabras me sorprendió tanto como a ella.

Se hizo a un lado para dejarme pasar y me adentré a su cálido hogar. Nos dirigimos hacia la azotea de su casa, un lugar donde siempre nos sentíamos libres de hablar y soñar. La vista de la ciudad desde allí era impresionante, las luces parpadeando como estrellas terrenales. Sin embargo, no estábamos solos. Mientras hablábamos, sentados al borde de la azotea, Tariq salió de las sombras, empujando a Kenji hacia el suelo, a quien parecía haber atado.

—¿Qué demonios...?—murmuré, frunciendo mi ceño mientras me giraba a ver la escena.

Tariq se adelantó, una sonrisa maliciosa en su rostro.

—Eiran, Eiran...me pregunto si sabes realmente en quién puedes confiar —dijo Tariq, su tono venenoso— ¿Alguna vez te has preguntado qué puede estar ocultando tu querido hermanito?

Kenji frunció el ceño, confusión y dolor en su mirada. —¿De qué hablas, Tariq?

—Oh, no te hagas el inocente, Kenji. Eiran, ¿realmente crees que puedes confiar en él? —Tariq se acercó, sus palabras como cuchillos—. Fue él quien informó a los Ministros sobre tus movimientos.

—¡Eso no es cierto! —protestó Kenji, su voz quebrada por la desesperación—. ¡Yo nunca te traicionaría, Eiran!

La confusión se apoderó de mí, cada palabra de Tariq sembraba más dudas en mi mente. Antes de que pudiera responder, Tariq hizo un movimiento inesperado, empujando a Kenji y Althea hacia el borde de la azotea.

—Vamos a ver a quién eliges salvar, Eiran —dijo Tariq, su tono lleno de crueldad.

El tiempo pareció detenerse mientras veía a mis dos amigos caer. La cuerda dorada tatuada en mi muñeca comenzó a brillar intensamente, cobrando vida. Sin pensarlo, la dirigí hacia Althea, atrapándola justo a tiempo. La jalé hacia mí, asegurándome de que estuviera a salvo.

—¿Estás bien? —le pregunté, mi corazón latiendo con fuerza.

—Sí, gracias a ti —respondió ella, sus ojos llenos de gratitud y algo más, algo que no podía identificar en ese momento.

Dejándola a salvo, abandoné la azotea para salir de la vivienda y correr hacia donde Kenji yacía en el suelo. Me arrodillé junto a él, apoyando su cabeza sobre mis piernas delicadamente antes de tomar una de sus manos. Lágrimas de impotencia ya anegaban mis ojos.

—Kenji, por favor, aguanta —murmuré, sosteniendo su mano.

—Ei...no te preocupes por mí.—su voz era un susurro débil y las comisuras de sus labios hicieron amago de alzarse en una leve sonrisa—. Hay algo que debo confesarte...

—Guarda fuerzas, podrás contármelo más tarde.

Kenji negó casi imperceptiblemente, cerrando sus ojos mientras la sangre que manaba de su cabeza empapaba la tela de mi pantalón.

—Eiran...siempre he estado enamorado de ti.—susurró débilmente.

Sus palabras me golpearon como una ola, pero no había tiempo para procesarlas. Los gendarmes se acercaban, sus pasos resonando en la distancia. Kenji me miró una última vez, una mezcla de tristeza y amor en sus ojos, antes de que su luz se apagara.

—¡No! —grité, mi voz llena de dolor y rabia.

Althea me tocó el hombro suavemente. —Tenemos que irnos, Eiran.

Asentí, limpiando mis lágrimas. Nos escabullimos hacia el palacio, mi mente llena de un torbellino de emociones. La pérdida de Kenji y la traición de Tariq se mezclaban con la urgencia de nuestra misión. No podíamos permitirnos fallar ahora.

El Vínculo Áureo estaba más cerca, y con él, la esperanza de salvar a Dewhar. Pero en ese momento, mientras nos adentrábamos en la oscuridad del palacio, todo lo que podía sentir era el peso de la pérdida y la ardiente necesidad de justicia.

 Pero en ese momento, mientras nos adentrábamos en la oscuridad del palacio, todo lo que podía sentir era el peso de la pérdida y la ardiente necesidad de justicia

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El Resurgir del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora