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Pereza

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Pereza

Finalmente, una noche, el momento llegó. Los guardias cambiaron turno, dejando un breve lapso de tiempo en el que podríamos escapar.

—Es ahora o nunca —susurró Daiki, y asentí en acuerdo.

Utilizamos una barra suelta de la cama para forzar la cerradura de la celda. Cada segundo que pasaba sentíamos el riesgo de ser descubiertos, pero la adrenalina mantenía nuestros nervios a raya. Con un suave clic, la cerradura se abrió y la puerta de la celda se deslizó lentamente.

Nos movimos sigilosamente por los pasillos oscuros, evitando a los guardias que patrullaban. Cada paso era una prueba de nuestros nervios y determinación. Finalmente, encontramos una pequeña habitación que parecía ser un almacén de suministros.

—Hide, mira esto —susurró Daiki, señalando una puerta en la parte trasera de la habitación.

Nos acercamos y descubrimos que la puerta conducía a un pasaje oculto, probablemente utilizado por los sirvientes para moverse por el palacio sin ser vistos. Nos adentramos en el pasaje, sintiendo que la suerte estaba de nuestro lado.

El pasaje nos llevó a través de un laberinto de corredores secretos, lejos de las patrullas de los guardias. Era como si el palacio tuviera un segundo sistema de circulación, desconocido para todos excepto para los sirvientes más antiguos. Finalmente, llegamos a una puerta que daba a una escalera de caracol.

Subimos con cuidado, nuestros corazones latiendo con fuerza en el pecho. Al llegar a la cima, encontramos una puerta que nos condujo a un salón adornado con tapices y estatuas antiguas. Sabíamos que estábamos cerca de nuestro objetivo.

—La Almohada del Letargo debe estar en algún lugar cerca de aquí —susurré, mirando alrededor—. Solo tenemos que encontrarla.

—Y salir de aquí antes de que nos descubran —añadió Daiki, su mirada resuelta.

Seguimos avanzando por el salón, buscando cualquier señal que nos indicara dónde podría estar escondida la reliquia. El tiempo era crucial, y cada segundo que pasaba aumentaba el riesgo de ser descubiertos.

Finalmente, llegamos a una puerta pesada de madera, adornada con intrincadas tallas. La empujé suavemente, abriéndola solo lo suficiente para asomarnos al interior.

Antes de que pudiéramos avanzar, escuchamos pasos acercándose. Nos escondimos rápidamente detrás de una estatua cercana, observando cómo un grupo de guardias entraba en la habitación.

—Rápido, tenemos que movernos —susurré a Daiki, sintiendo la urgencia de la situación.

Esperamos a que los guardias se alejaran lo suficiente antes de deslizarnos fuera de nuestro escondite y avanzar hacia el pedestal que había en el centro de la sala. Sin embargo, al llegar allí, en lugar de la Almohada del Letargo, solo encontramos un espacio vacío.

—¿Dónde está? —pregunté, mi voz apenas un susurro lleno de frustración.

Daiki miró a su alrededor, buscando cualquier señal, cualquier pista.

—No lo sé, pero tenemos que seguir buscando —dijo, su determinación inquebrantable.

Justo cuando estábamos a punto de irnos, la puerta detrás de nosotros se cerró de golpe, atrapándonos en la habitación. Un mecanismo de seguridad que no habíamos anticipado. Nos quedamos paralizados por un momento, sin saber qué hacer.

—Hide, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Daiki, su voz reflejando tanto el miedo como la frustración.

—Tenemos que encontrar otra salida —respondí, tratando de mantener la calma—. No podemos rendirnos ahora. No después de haber llegado tan lejos.

Tanteamos en la oscuridad, buscando alguna pista, algún indicio de cómo salir de esta trampa. Pasaron minutos que se sintieron como horas, y el pánico comenzaba a instalarse.

Finalmente, sentí un pequeño resorte en la pared. Presioné con cuidado, esperando que activara algún mecanismo. Un suave clic resonó y una parte del muro se deslizó, revelando otro pasaje secreto.

—Por aquí —susurré, guiando a Daiki hacia el pasaje.

Nos adentramos en la oscuridad, el aire se volvía más pesado y la sensación de peligro inminente no nos abandonaba. Este nuevo túnel parecía interminable, y cada paso que dábamos aumentaba la incertidumbre de nuestra situación.

Después de lo que pareció una eternidad, el pasaje nos llevó a un laberinto de corredores. Estábamos completamente desorientados, sin saber hacia dónde dirigirnos.

—¿Y ahora qué? —preguntó Daiki, su voz reflejando la desesperación.

—No lo sé —admití—. Pero no podemos rendirnos. Tenemos que seguir adelante y encontrar la Almohada del Letargo. No podemos dejar que todo esto haya sido en vano.

Seguimos caminando, sin rumbo fijo, esperando encontrar una señal, algo que nos guiara en la dirección correcta. Los pasillos parecían interminables, y cada puerta que abríamos nos llevaba a nuevas habitaciones vacías.

—Hide, no podemos seguir así —dijo Daiki, deteniéndose—. Estamos perdidos.

Lo sabía, pero no podía permitirme admitirlo. Habíamos llegado tan lejos y retroceder no era una opción. Nos quedamos en silencio, tratando de escuchar cualquier sonido que nos indicara el camino correcto. El palacio era un laberinto y nosotros, dos almas perdidas en su inmensidad.

Finalmente, nos sentamos en el suelo, exhaustos y desanimados. La misión parecía imposible, y la realidad de nuestra situación comenzaba a pesar sobre nosotros.

—Hide, lo intentamos. Pero tal vez esto sea más de lo que podemos manejar solos —dijo Daiki, su voz cargada de tristeza.

Lo miré, mi corazón lleno de emociones encontradas. No quería rendirme, pero las circunstancias parecían insuperables. Sin embargo, sabía que juntos podíamos superar cualquier obstáculo.

—No, Daiki. No podemos rendirnos. Vamos a encontrar una salida y la Almohada del Letargo. Lo haremos juntos —murmuré con determinación, tomando su mano con fuerza.

Nos levantamos, listos para seguir adelante, decididos a encontrar nuestro camino en medio de la oscuridad.

Nos levantamos, listos para seguir adelante, decididos a encontrar nuestro camino en medio de la oscuridad

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El Resurgir del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora