15

2 0 0
                                        

Ira

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ira

Maeve.

El viaje comenzó al amanecer, cuando el cielo apenas empezaba a iluminarse con los primeros rayos del sol. La carretera hacia Sagehaven era larga y llena de incertidumbres, pero a pesar de mis reticencias, me encontraba caminando al lado de Reed.

El primer día de viaje fue tranquilo en su mayor parte. Nos adentramos en el bosque, siguiendo un sendero estrecho que parecía poco transitado. La conversación era esporádica; a veces hablábamos de cosas mundanas, otras veces, el silencio nos acompañaba como un viejo amigo. Era sorprendentemente cómodo, y eso me irritaba un poco. No quería sentirme agradecida por su compañía, pero había algo reconfortante en no estar sola.

A media tarde, el bosque comenzó a cobrar vida de manera más inquietante. Los sonidos de animales salvajes nos rodeaban, y en una ocasión, nos topamos con un grupo de ciervos que nos observaban con ojos cautelosos antes de desaparecer entre los árboles. La adrenalina aumentaba con cada crujido de hojas y cada sombra que parecía moverse más rápido de lo normal.

Fue en uno de esos momentos cuando lo vimos por primera vez: una criatura pequeña, con el cuerpo de un cachorro pero con características que recordaban a un tiburón. Su piel era grisácea y rugosa, y sus ojos grandes y oscuros nos observaban con una mezcla de curiosidad y miedo.

—¿Qué demonios es eso? —pregunté, entre fascinada y alarmada.

—Un sharkpup —respondió Reed, arrodillándose lentamente para no asustarlo—. He oído hablar de ellos, pero nunca había visto uno.

El pequeño animal nos miraba, y su curiosidad parecía superar su miedo. Dio un paso tímido hacia adelante, olfateando el aire.

—Debe haberse perdido —dijo Reed, extendiendo una mano con cautela—. ¿Qué te parece, Maeve? ¿Lo llevamos con nosotros?

Lo observé, tratando de decidir si era una buena idea. Pero la criatura tenía algo entrañable que me desarmó.

—Está bien —cedí con un suspiro—. Pero si empieza a mordisquearme los zapatos, será tu responsabilidad.

Reed sonrió y acarició al sharkpup, que pareció relajarse al contacto. Lo llamamos Ozzy, un nombre que, según Reed, era tierno y apropiado.

Continuamos nuestro viaje con Ozzy a nuestro lado, quien resultó ser una compañía inesperadamente agradable. No solo nos seguía, sino que también parecía estar alerta a los peligros, gruñendo suavemente cuando algo se acercaba demasiado. Nos cuidaba, en su pequeña y feroz manera.

A medida que el sol se ponía, encontramos un río poco profundo. Cruzarlo fue más sencillo de lo esperado, aunque el agua fría nos hizo estremecer. Ozzy, por su parte, se lanzó al agua con entusiasmo, salpicando y jugando como si fuera lo más natural del mundo.

El Resurgir del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora