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Orgullo

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Orgullo

Drystan.

Nos encontrábamos en medio del bosque, el crujir de las hojas secas bajo nuestros pies y el frío viento invernal mordiendo nuestras mejillas. La muralla de Sreigh se alzaba ante nosotros como un bastión impenetrable, un recordatorio constante de nuestro objetivo y de las amenazas que enfrentábamos.

Habíamos avanzado con cautela, conscientes de que los gendarmes no tardarían en encontrarnos. La noticia de nuestras acciones había corrido como el fuego en la paja, y ahora estábamos en el punto de mira de Dewhar.

—¿Están cerca? —pregunté en voz baja, mis ojos escudriñando el denso bosque a nuestro alrededor.

Eiran, con su cuerda dorada siempre lista para actuar, asintió con solemnidad. Su poder era sutil pero mortífero, una extensión de su voluntad que podía atrapar a nuestros enemigos en un instante.

—Sí, los escucho. Vienen en nuestra dirección. —Su voz era firme, pero podía notar la tensión en sus ojos azules.

Maeve, al lado de Eiran, se preparaba para el enfrentamiento con una mirada desafiante. Su habilidad para convocar el grito de banshee resonaba en el aire, un eco de poder ancestral que hacía temblar incluso a los más valientes.

—Están demasiado cerca para escapar sin una pelea —dijo Maeve con determinación, su mano descansando sobre el pomo de su espada.

Me erguí con confianza, sintiendo la energía de la tierra bajo mis pies. La muralla de Sreigh era mi hogar, y nadie nos separaría de nuestro destino.

—No permitiremos que nos detengan aquí —dije, mi voz resonando con autoridad. Mis músculos se tensaron, preparados para el choque inevitable.

Los gendarmes emergieron entre los árboles, sus armaduras brillando débilmente a la luz del sol filtrada entre las ramas. Eran un grupo disciplinado y bien entrenado, pero estábamos decididos a no ser capturados.

El primer gendarme se lanzó hacia nosotros con un grito de guerra, su espada reluciente en la mano. Eiran actuó primero, su cuerda dorada zigzagueando a través del aire para envolver las piernas del gendarme y derribarlo antes de que pudiera alcanzarnos.

Maeve gritó, un sonido agudo que cortó el aire como una cuchilla. El grito de banshee resonó en los oídos de nuestros enemigos, haciendo que varios de ellos se tambalearan, con las manos cubriéndose los oídos mientras luchaban contra el dolor y la confusión.

Yo intervine entonces, avanzando con rapidez hacia los gendarmes restantes. Mi fuerza aumentaba con cada paso, impulsada por la confianza en mí mismo y en mis compañeros. Con un golpe certero, derribé al siguiente gendarme, haciendo que su espada se deslizara inútilmente por el suelo.

La batalla fue feroz y rápida, una danza mortal entre nosotros y nuestros perseguidores. Con cada momento que pasaba, nos acercábamos más a la muralla de Sreigh y a la seguridad relativa de nuestro hogar.

Finalmente, el último gendarme cayó, derrotado y desarmado. Nos miramos unos a otros, respirando agitadamente pero llenos de triunfo. Habíamos logrado escapar por ahora.

—Vamos —dije, mi voz firme a pesar del esfuerzo. —No podemos quedarnos aquí mucho tiempo. Sreigh está cerca.

Eiran y Maeve asintieron, y juntos nos dirigimos hacia la muralla, dejando atrás el campo de batalla en el bosque. El sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo con tonos de naranja y morado mientras nos adentrábamos en la seguridad de nuestro hogar.

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El paisaje cambió a medida que nos acercábamos a la muralla de Sreigh, el terreno se volvía más árido y las rocas adquirían un tono oscuro y ominoso. El cielo, ahora teñido de rojo y cubierto por nubes grises cargadas de promesas de tormenta, reflejaba la sombría región de Doomholt que se extendía más allá de la muralla.

Aeron y Elara, mis compañeros de alma y corazón, me esperaban en el límite de Sreigh. Sus rostros revelaban una mezcla de alivio por verme regresar y preocupación por la situación en la que nos encontrábamos.

Cuando me acerqué, Aeron fue el primero en recibirme. Sus brazos fuertes me rodearon en un abrazo protector, como si temiera que desapareciera de nuevo si no me sostenía lo suficientemente fuerte.

—Drystan, por los dioses, estás a salvo —susurró Aeron con voz entrecortada, sus manos aferradas a mi espalda como si no quisiera soltarme nunca más.

—Estamos tan preocupados, cariño —dijo Elara con la voz temblorosa mientras se unía al abrazo, sus ojos verdes llenos de lágrimas contenidas.

Mis propios sentimientos se desbordaron en ese momento. Abrazar a Aeron y Elara significaba más que solo el consuelo de estar entre seres queridos; significaba la fuerza de nuestro vínculo, forjado en la confianza y el amor.

—Lo siento. No quería preocuparlos —musité, luchando por mantener la compostura mientras sentía la emoción embargarme.

Aeron apartó el cabello blanco de mi rostro, sus dedos cálidos y firmes contra mi piel.

—No importa ahora. Lo importante es que estás aquí. ¿Cómo te sientes? ¿Estás herido? —preguntó con ansiedad, sus ojos azules buscando cualquier señal de daño en mi cuerpo.

Negué con la cabeza, una sonrisa torcida en mis labios mientras miraba a Elara, que me sostenía con ternura.

—Estoy bien, gracias a ustedes y a mi confianza en que saldríamos adelante juntos.

Aeron y Elara intercambiaron miradas cargadas de entendimiento y preocupación. La tensión en Sreigh era palpable; el rumor de la llegada inminente de los gendarmes desde el norte se había extendido como una sombra sobre la tribu.

—Tenemos que prepararnos. Los gendarmes no tardarán en llegar aquí —dije con determinación, rompiendo el momento íntimo pero necesario.

Aeron asintió con solemnidad, su mano aún aferrada a la mía como si temiera perderme de nuevo en el tumulto que se avecinaba.

—Vamos a reunir a los demás. Necesitamos un plan para defender Sreigh y asegurarnos de que todos estén a salvo —añadió Elara, su voz firme a pesar del miedo que brillaba en sus ojos.

Juntos caminamos por las calles de Sreigh, una comunidad unida por la adversidad y el deseo de proteger lo que amábamos. En medio de la oscuridad creciente y el cielo rojo sobre nuestras cabezas, encontramos fuerza en nuestra unidad y en el amor que compartíamos.

 En medio de la oscuridad creciente y el cielo rojo sobre nuestras cabezas, encontramos fuerza en nuestra unidad y en el amor que compartíamos

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El Resurgir del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora