Siete desconocidos, siete almas que comparten un mismo destino. Siete historias unidas por un bien mayor.
¿Sabrán distinguir el bien del mal? ¿Podrán descifrar quién es el verdadero enemigo?
Esta es la historia de los hijos del pecado, siete jóvenes...
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Avaricia
Eiran.
La noche se cernía sobre nosotros como un manto protector, las estrellas parpadeando débilmente a través de los huecos en el dosel de los árboles. La fogata había menguado a un pequeño lecho de brasas que irradiaban un calor reconfortante. Sentado cerca del fuego, observaba las sombras danzar sobre los rostros cansados pero decididos de mis compañeros. A mi lado, Althea estaba absorta en sus pensamientos, su mirada fija en las brasas.
Me acerqué a ella, sintiendo el impulso de estar más cerca. La pérdida de Kenji aún era una herida abierta en mi corazón, pero su presencia, su calidez, ofrecían un consuelo que nada más podía darme.
-¿Te apetece dar un paseo? -le pregunté en voz baja, para no perturbar la quietud que nos envolvía.
Althea levantó la mirada, sus ojos encontrando los míos, y asintió con una pequeña sonrisa. Nos levantamos y nos alejamos del campamento, adentrándonos en el bosque. Caminamos en silencio por un sendero apenas visible, el sonido de nuestras pisadas amortiguado por la mullida capa de hojas caídas.
Finalmente, llegamos a un pequeño claro donde la luz de la luna bañaba el suelo en un suave resplandor plateado. Nos detuvimos, y Althea se giró hacia mí, su expresión serena pero inquisitiva.
-¿Qué es lo que más extrañas de Kenji? -preguntó, su voz apenas un susurro en la quietud de la noche.
Sentí un nudo en la garganta, pero respiré hondo antes de responder.
-Su risa, su capacidad para encontrar humor incluso en las situaciones más difíciles. Era el pegamento que mantenía todo unido. Sin él, a veces siento que todo se desmorona.
Althea asintió lentamente, y luego dio un paso hacia mí, tomando mis manos entre las suyas.
-Eiran, no estás solo. Estamos juntos en esto. Kenji no querría que te hundieras en la tristeza. Él querría que lucháramos, que siguiéramos adelante.
Sus palabras tocaron algo profundo dentro de mí, y me sentí abrumado por una oleada de emociones. No había llorado desde la muerte de Kenji, pero en ese momento, con Althea tan cerca, las lágrimas comenzaron a brotar. No me avergoncé. De hecho, fue un alivio.
-Lo sé, Althea. Lo sé -dije con la voz quebrada-. Pero a veces, el dolor es tan intenso que es difícil ver más allá.
Ella soltó una mano y acarició suavemente mi mejilla, limpiando las lágrimas con sus dedos.
-No tienes que ver más allá ahora mismo. Solo tienes que sentirlo y dejarlo salir. Y yo estaré aquí contigo, en cada paso del camino.
La miré a los ojos, encontrando en ellos una fuerza y una ternura que me dieron consuelo. Me incliné hacia adelante, y nuestros labios se encontraron en un beso suave y lleno de significado. Fue un momento de conexión profunda, donde todas las palabras no dichas y las emociones compartidas se fusionaron en ese único acto.
Cuando nos separamos, apoyé mi frente contra la suya, nuestras respiraciones entrelazadas.
-Gracias, Althea. Por estar aquí, por ser mi apoyo.
Ella sonrió, una sonrisa que iluminó la noche.
-Siempre, Eiran. Siempre.
Nos sentamos en el claro, abrazados, mirando las estrellas. Hablamos de nuestros sueños, de nuestras esperanzas y de lo que haríamos una vez que nuestra misión estuviera completa. Por un momento, el mundo exterior dejó de existir, y solo estábamos nosotros, dos almas encontrando consuelo y amor en medio del caos.
La noche avanzaba, pero ni siquiera el frío creciente podía alejarnos. Sabíamos que el camino por delante sería duro y lleno de desafíos, pero en ese instante, nos sentimos preparados para enfrentarlo, juntos.
Finalmente, cuando el cansancio comenzó a reclamar nuestros cuerpos, nos levantamos y regresamos al campamento, sintiéndonos más unidos que nunca. Nos acostamos cerca del fuego, y con Althea en mis brazos, me permití cerrar los ojos, sabiendo que mientras estuviéramos juntos, podríamos superar cualquier cosa.
La última imagen antes de caer en el sueño fue su rostro tranquilo, iluminado por la suave luz de las brasas. Con ella a mi lado, sentí que la oscuridad podía ser vencida y que, de alguna manera, todo estaría bien.
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Me desperté con el primer rayo de sol filtrándose a través de las hojas de los árboles. El aire frío de la mañana me hizo estremecerme ligeramente mientras me desperezaba. A mi lado, Althea aún dormía, su rostro relajado y en paz. Observé su tranquila respiración por unos momentos antes de inclinarme y besar suavemente su frente. Ella se movió ligeramente y abrió los ojos, sonriéndome con dulzura.
-Buenos días. -murmuró, su voz aún cargada de sueño.
-Buenos días, cervatilla. -respondí, sintiendo una calidez inundar mi pecho.
Nos levantamos y comenzamos a preparar el campamento para la partida. Los demás también se despertaban, uno a uno, y pronto el campamento cobró vida con murmullos y movimientos. Seren estaba repartiendo raciones mientras Drystan y Daiki discutían sobre la mejor ruta a seguir.
-He estado pensando en lo que Hideyoshi sugirió anoche -dijo Drystan, mirando a Daiki-. La ruta a lo largo del río parece la opción más segura. Pero debemos estar preparados para cualquier eventualidad.
Daiki asintió, desplegando un mapa en el suelo.
-Aquí están los puntos de encuentro con nuestros aliados. Si algo sale mal y nos separamos, debemos intentar reunirnos en estos lugares.
Me uní a ellos, observando el mapa y memorizando los puntos señalados. Althea se acercó, llevando consigo una taza de té caliente, que me ofreció con una sonrisa.
-Esto nos mantendrá alerta -dijo, entregándomelo.
Tomé un sorbo, sintiendo el calor extenderse por mi cuerpo. Observé a nuestros compañeros, todos ocupados con los preparativos, y sentí una oleada de determinación. Sabíamos que el camino sería largo y lleno de peligros, pero juntos, teníamos una oportunidad.
-Estamos listos -dije, dirigiéndome a todos-. Sigamos la ruta de Hideyoshi y mantengámonos atentos. Nos encontraremos con nuestros aliados si es necesario, pero por ahora, seguimos juntos.
El grupo asintió, y pronto estuvimos listos para partir. Dejamos atrás el campamento, adentrándonos en el bosque con paso firme. A mi lado, Althea caminaba en silencio, nuestras manos rozándose de vez en cuando. En ese contacto, encontré la fuerza que necesitaba para seguir adelante.
Sabíamos que cada paso nos acercaba más a nuestro objetivo y, con cada paso, nuestros lazos se fortalecían. La misión era clara, y aunque el peligro acechaba en cada sombra, la esperanza brillaba con fuerza en nuestros corazones.
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