9

5 2 0
                                    

Ira

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ira

El sol apenas empezaba a filtrarse por la ventana cuando me desperté. Me incorporé y miré alrededor de mi caótica habitación. Los eventos de la noche anterior seguían girando en mi mente, como un molesto zumbido que no podía ignorar. Decidí que tenía que ir a Sagehaven.

Algo en la urgencia de aquel hombre, en la gravedad de sus palabras, me había convencido. Sabía que era una locura, pero también sabía que no podía quedarme aquí, esperando a que algo sucediera. Tenía que tomar las riendas, por una vez en mi vida.

Me vestí rápidamente, eligiendo mi atuendo más discreto y práctico. Ropa negra y ajustada, botas cómodas, una mochila ligera con lo esencial. La casa estaba en silencio, todos aún dormían.

Pasé por la habitación de mis hermanos menores de camino a la cocina, mi corazón se estrujó en mi pecho al verlos durmiendo plácidamente en sus camas, mi cabeza yendo a ese lado oscuro que decía que quizás no regresaría a casa con vida.

Me obligué a cerrar la puerta con cuidado y seguir mi trayecto hacia la cocina, en la cual tomé algunas frutas, pan y algo de queso, metiendo todo en mi mochila. Miré alrededor, asegurándome de no olvidar nada importante, y luego me dirigí hacia la ventana, conociendo el chirrido que la puerta haría si tratase de abrirla.

Con cuidado, abrí la ventana y me deslicé hacia el exterior, dejando atrás el lugar que había aprendido a sentir como un hogar.

Cuando mis pies tocaron el suelo, me giré hacia la sombra del jardín. Y entonces lo vi, apoyado contra un árbol con los brazos cruzados y una expresión mezcla de preocupación y determinación. Mi hermanastro, Reed.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó, su voz baja pero firme.
Sentí una oleada de frustración. De todas las personas, tenía que ser él quien me encontrara.

—No es asunto tuyo, Reed —respondí con un susurro agresivo—. Vuelve a la cama.

Él negó con la cabeza, su mirada nunca apartándose de la mía.

—¿Crees que no me doy cuenta de cuando estás planeando algo estúpido? ¿De verdad pensaste que podrías irte sin que nadie lo notara?

—Esto no es asunto tuyo —repetí, más enfadada que antes—. Tengo que hacer algo importante. Algo que tú no entenderías.

Dio un paso hacia mí y sus ojos color miel denotaban una profunda preocupación, acentuada por su ceño fruncido.

—¿Qué está pasando, Maeve? —preguntó, su tono más suave—. ¿Por qué no me lo cuentas?

—No puedo —dije, desviando la mirada—. Es algo que tengo que hacer sola.

—No te voy a dejar ir sola —insistió—. Si vas a meterte en problemas, al menos déjame ayudarte.
Una mezcla de ira y otra emoción que no quería identificar se arremolinaba dentro de mí.

—No necesito tu ayuda, Reed. Puedo manejarme sola. Siempre lo he hecho.
Él suspiró, acercándose aún más hasta estar a solo unos centímetros de distancia.

—Lo sé, Maeve. Pero eso no significa que tengas que hacerlo sola. Déjame ir contigo. Al menos para asegurarme de que no te metes en algo que no puedas manejar.

Lo miré, furiosa y confundida. ¿Por qué le importaba tanto?

—Está bien —dije finalmente, con un suspiro de resignación—. Pero si vienes, sigues mis reglas. No quiero ser responsable de ti.

Sonrió, y su sonrisa hizo que mi corazón latiera un poco más rápido, algo que me molestaba profundamente.

—Trato hecho —dijo.

Nos escabullimos por el jardín, evitando los lugares donde podríamos ser vistos. Mientras nos alejábamos, no pude evitar pensar en el hombre del sueño, en sus palabras, y en lo que nos esperaba en Sagehaven. No sabía si estaba haciendo lo correcto, pero al menos no estaría sola.

—Vamos.  —dijo Reed, apretando mi mano con suavidad—. Lo que sea que venga, lo enfrentaremos juntos.

Lo miré, asintiendo. A regañadientes, pero sintiendo una chispa de agradecimiento que no quería admitir. Tal vez, solo tal vez, no era tan malo tener a alguien a mi lado en esto.

El Resurgir del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora