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Pereza

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Pereza

El frío y la humedad de la celda me envolvían, pero pronto el agotamiento venció cualquier incomodidad. El sueño no tardó en arrancarme de la realidad, llevándome a un lugar oscuro y desconocido.

Me encontré de pie en un vasto campo de hierba alta, ondulante bajo una brisa suave. El cielo estaba teñido de un extraño color morado, y una sensación de paz me invadió al instante. Caminé sin rumbo fijo, mis pies deslizándose sobre la hierba suave. Pronto, la bruma comenzó a levantarse, revelando una figura sentada sobre un trono de piedra, bajo un árbol antiguo y retorcido.

El hombre tenía una apariencia desaliñada, con cabello largo de un blanco níveo, y ojos pesados que parecían contener siglos de sueño interrumpido. A pesar de su aspecto descuidado, había una presencia magnética y poderosa en él.

—Hideyoshi —dijo, su voz resonando como un eco distante—. Al fin vienes a mí.

Una extraña familiaridad me invadió al escucharlo. Me acerqué, incapaz de resistir la atracción que emanaba de él.

—¿Quién eres? —pregunté, aunque en el fondo ya lo sabía.

—Soy tu padre biológico, la encarnación de la Pereza —respondió, una sonrisa perezosa curvando sus labios—. He estado esperando este momento.

El trono de piedra estaba ahora rodeado de sombras inquietantes.

—Necesito tu ayuda, hijo mío —continuó, levantándose lentamente del trono—. Las Virtudes me han robado algo muy preciado, la Almohada del Letargo. Sin ella, mi poder está incompleto. Los Ministros la mantienen resguardada en el palacio.

Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar sus palabras.

—¿Por qué debería ayudarte? —pregunté, luchando contra el deseo de rendirme a la pereza que comenzaba a invadir mi ser.

—Porque en Doomholt, más allá de la Muralla de Sreigh, hay respuestas que ambos necesitamos. Solo allí podremos entender nuestro verdadero propósito.—respondió, su mirada penetrante atravesándome.

La escena se desvaneció lentamente, la figura de mi padre biológico disolviéndose en la oscuridad. Sentí una fuerte sacudida, y de repente, me encontré de nuevo en la fría y húmeda celda de Sagehaven, con el sonido de los gendarmes resonando en el pasillo.

—Hide, ¿estás bien? —preguntó Daiki, irguiéndose a mi lado y poniendo una mano reconfortante sobre mi hombro.

Asentí lentamente, pero en mi mente, las ruedas ya estaban girando. Debía recuperar la Almohada del Letargo y enfrentar el destino que me aguardaba en Doomholt. No podía seguir huyendo de mi propio legado.

 No podía seguir huyendo de mi propio legado

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El Resurgir del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora