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Ira

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Ira

El segundo día fue más agotador. Nos adentramos en terrenos más difíciles, enfrentando colinas empinadas y caminos rocosos. Pero la presencia de Ozzy, siempre alerta y juguetón, aligeraba la carga. Nos detuvimos solo lo suficiente para cazar y comer, asegurándonos de mantener un buen ritmo.

Finalmente, al atardecer del segundo día, llegamos a las afueras de Sagehaven. La ciudad era impresionante, con sus altas murallas y sus calles bulliciosas llenas de comerciantes y viajeros. Nos mezclamos con la multitud, intentando pasar desapercibidos mientras buscábamos el palacio.

Pronto vimos el imponente edificio en lo alto de una colina, su estructura destacándose contra el cielo anaranjado del atardecer.

—Ahí está —dije, señalando con la barbilla—. El palacio de Sagehaven.

Reed asintió, y por un momento, compartimos una mirada cargada de determinación. Habíamos llegado hasta aquí, y aunque el camino había sido duro, estábamos más cerca de nuestro objetivo.

—Vamos —me apremió Reed, con una sonrisa desafiante—. Tenemos un escudo que encontrar.

La ciudad de Sagehaven era un laberinto de calles estrechas y empedradas, llenas de actividad y ruido. A medida que nos adentrábamos más, el bullicio de la vida cotidiana se hacía más intenso. Comerciantes pregonaban sus mercancías, niños corrían jugando y los olores de diversas comidas callejeras flotaban en el aire. Ozzy, con su curiosidad insaciable, zigzagueaba entre la gente, olfateando todo a su paso.

Nos mantuvimos cerca, sabiendo que era crucial no llamar la atención. Nos dirigimos hacia el palacio, que se erguía majestuoso en la colina, como un faro guiándonos hacia nuestro destino. La estructura era aún más impresionante de cerca, con altas torres y muros adornados con intrincados grabados dorados.

—Debemos encontrar una forma de entrar sin ser vistos —murmuró Reed en voz baja, mientras observábamos el flujo de gente que entraba y salía de las puertas principales.

—Podríamos mezclarnos con los sirvientes —sugerí—. O encontrar una entrada lateral.

Caminamos alrededor del perímetro del palacio, buscando cualquier punto débil en la seguridad. Finalmente, encontramos una puerta trasera, usada aparentemente por los sirvientes para llevar suministros. Observamos durante un rato, notando que la vigilancia en esa área era mínima.

—Esta es nuestra oportunidad —dije—. Sigamos a esos sirvientes y entremos con ellos.

Reed asintió, y juntos nos deslizamos detrás de un grupo de sirvientes que cargaban cajas de provisiones. Pasamos desapercibidos, aprovechando el ajetreo para colarnos dentro del palacio.

El interior del palacio era aún más lujoso de lo que había imaginado. Los pasillos estaban decorados con tapices elaborados y candelabros dorados que proyectaban una luz cálida sobre el mármol pulido. Caminamos con cautela, evitando a los guardias y sirvientes mientras nos adentrábamos más en el edificio.

—Debemos encontrar alguna pista sobre el escudo —susurré—. Algún lugar donde podrían estar guardándolo.

Nos adentramos en una gran biblioteca, llena de estanterías que alcanzaban el techo y abarrotadas de libros antiguos. Era el lugar perfecto para buscar información. Mientras revisábamos los textos, encontré un viejo mapa del palacio, con anotaciones que indicaban la ubicación de varias cámaras de seguridad y almacenes.

—Aquí —dije, señalando una pequeña habitación en el sótano del ala este—. Esto parece prometedor.

Reed asintió y nos dirigimos hacia allí, moviéndonos con el sigilo de ladrones experimentados. 

 

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El Resurgir del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora