Siete desconocidos, siete almas que comparten un mismo destino. Siete historias unidas por un bien mayor.
¿Sabrán distinguir el bien del mal? ¿Podrán descifrar quién es el verdadero enemigo?
Esta es la historia de los hijos del pecado, siete jóvenes...
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Envidia
Nyx.
El palacio de Sagehaven se alzaba majestuoso frente a nosotros, sus torres y almenas iluminadas por el sol poniente. Anielka y yo nos deslizamos por los callejones oscuros, buscando una entrada secreta que nos permitiera acceder sin llamar la atención de los gendarmes. Con cada paso, sentía la excitación y el nerviosismo danzar en mi interior, mezclándose con el desafío de la misión que habíamos emprendido.
—Debemos encontrar una manera de entrar sin ser vistos —susurró Anielka.
Asentí, mis ojos azules explorando las sombras en busca de una solución. Mi cabello oscuro se mecía ligeramente con la brisa nocturna.
Después de una búsqueda tensa y meticulosa, encontramos una pequeña puerta trasera que parecía ser nuestra mejor opción. Con habilidad aprendida años de práctica clandestina, me acerqué con cautela y comencé a manipular la cerradura. Por un momento, pensé que tendríamos suerte.
Pero el destino tenía otros planes. Justo cuando la puerta comenzaba a ceder bajo mis dedos, un gendarme apareció de la nada, su figura imponente iluminada por la débil luz de una farola cercana.
—¡Deténganse! —rugió el gendarme, su voz resonando en el callejón estrecho.
Anielka y yo intercambiamos una mirada rápida, comunicándonos sin palabras. Sabíamos lo que debíamos hacer. Nos sepramos en direcciones opuestas, deslizándonos como sombras en la noche para evadir a nuestros perseguidores.
Corrí por callejones laberínticos y escaleras angostas, mi corazón latiendo con fuerza mientras intentaba mantenerme un paso adelante de los gendarmes que me perseguían implacablemente. Tomé giros bruscos y escondites oscuros, utilizando cada rincón y sombra como aliados en mi carrera contra el tiempo.
Pero el palacio no era indulgente con los que no pertenecían a sus muros. Después de una serie de maniobras audaces pero infructuosas, me encontré acorralada en un callejón sin salida. El sonido de los pasos de los gendarmes se acercaba rápidamente, y supe en ese instante que había llegado el final de mi escapada.
—¡Ríndete!—ordenó uno de los gendarmes, su voz resonando en el aire frío de la noche.
Me quedé quieta por un momento, mi mente trabajando a toda velocidad en busca de una solución. Pero sabía que estaba atrapada.
Mientras tanto, Anielka había seguido su propio camino desesperado para evadir a los gendarmes. Pero la fortuna no estaba de su lado esa noche, y pronto se encontró rodeada por los guardias que se cerraban rápidamente sobre ella.
Ella se detuvo, sabiendo que no tenía otra opción. En ese momento, supe que nuestra misión había fracasado. Fuimos conducidas hacia el interior del palacio bajo la mirada vigilante de los gendarmes, quienes no mostraron ninguna simpatía hacia nosotras. Fue un golpe a nuestro orgullo y un recordatorio amargo de la realidad de nuestras ambiciones.
En los días que siguieron, Anielka y yo fuimos encerradas en celdas separadas en los calabozos del palacio. Las celdas eran frías y húmedas, con paredes de piedra que parecían absorber la luz en lugar de reflejarla. Nos encontrábamos en silencio, mirando a través de las barras frías mientras nuestras mentes buscaban una salida.
—Esto no estaba en el plan —murmuré, mi voz apenas un susurro en la oscuridad.
Anielka suspiró, su expresión reflejando la misma frustración que yo sentía.
—Lo siento, Nyx. Debería haber sido más cuidadosa.
Sacudí la cabeza con firmeza, una chispa de determinación encendiendo mis ojos verdes.
—No es culpa tuya. Ambas estábamos desesperadas por encontrar una manera de entrar.
Nos sentamos en silencio por un momento, cada una sumida en sus propios pensamientos. La situación parecía sombría, pero ninguna de nosotras estaba dispuesta a rendirse.
—Tenemos que encontrar una forma de escapar —dijo Anielka finalmente, su voz firme con determinación.
Asentí, mi mente trabajando febrilmente mientras exploraba las barras de mi celda en busca de debilidades. Pero cada intento de encontrar una salida resultaba en fracaso, y pronto la desesperanza comenzó a pesar sobre nosotras.
Los días se deslizaron lentamente en los calabozos del palacio. Anielka y yo nos apoyamos mutuamente mientras buscábamos cualquier indicio de debilidad en nuestra prisión. Pero cada intento de escapar resultaba en fracaso, y pronto la desesperanza comenzó a acecharnos.
Los días se deslizaron lentamente en los calabozos del palacio. Anielka y yo nos apoyamos mutuamente mientras buscábamos cualquier indicio de debilidad en nuestra prisión. Pero cada intento de escapar resultaba en fracaso, y pronto la desesperanza comenzó a acecharnos.
En medio de la oscuridad y la incertidumbre, Anielka y yo encontramos consuelo en la presencia del otro. Compartimos historias y secretos, compartimos risas y lágrimas, y con cada día que pasaba, nuestra conexión se fortalecía aún más.
Una noche, mientras descansábamos cerca de las barras frías de nuestras celdas, Anielka encontró mi mano y la apretó suavemente. Nuestros ojos se encontraron en la penumbra, comunicándose sin necesidad de palabras.
—Estaremos bien —susurró, su voz suave pero llena de convicción.
Asentí, una sonrisa leve curvando mis labios en la oscuridad.
—Sí. Juntas podemos superar esto.
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