5

8 2 0
                                        

Ira


Maeve.

En Adaport no hay orfanatos. Si tienes la mala suerte de perder a tus padres o ser abandonado por ellos, no tienes más remedio que luchar por seguir adelante por tu cuenta. Eso es lo que tuve que vivir desde que nací.
Nunca conocí a mis padres, tampoco me hicieron falta. Aprendí a sobrevivir con lo que robaba en las calles. Gracias a las peleas callejeras, pude defenderme siempre que lo necesité.

Al menos eso fue hasta que conocí a Reed. Tenía 12 años, acababa de conseguir una bolsa llena de bollos de crema después de haber ganado una pelea callejera contra un hombre cuya piel tostada brillaba debido a la capa excesiva de sudor que la cubría. Aún puedo recordar los dientes ennegrecidos e irregulares y el aliento putrefacto que despedía su boca.

No había sido difícil ganarle, su corpulencia no le había servido demasiado y había dejado muchos ángulos expuestos. Pero tampoco puedo alardear demasiado, teniendo en cuenta que terminé con un ojo morado sin uno de mis dientes.

Estaba devorando uno de los bollos con avidez cuando un chico escuálido asomó su cabeza al callejón en el que me encontraba. El movimiento me alertó y detuve mi festín para mirarlo con cara de pocos amigos. Nunca me había gustado compartir mi comida. Debía ser porque nunca tenía tanta como para repartir.

El niño de cabellos castaños revueltos por la brisa marina se acercó lentamente a donde estaba a pesar de la advertencia en mi mirada. Por alguna razón, no parecía tenerme miedo.

─¿Qué te ha pasado?─preguntó, aparentemente alarmado por mis heridas.

Se acercó unos pasos más y yo me empujé con mis talones para retroceder por los adoquines. Le mostré los dientes, probablemente manchados de crema por culpa del bollo, y se detuvo en seco, sorprendido.

─¿No puedes hablar?─dedujo mientras se acuclillaba frente a mí, incluso en ese tiempo era mucho más menudo que yo─. Mamá puede curarte, no es doctora pero siempre que me hago daño, sabe qué hacer para que me sienta mejor.

Seguí mirándolo en silencio, pero él parecía no entender mi silenciosa súplica por que se largara. Se mantuvo en silencio a su vez y luego sonrió. Aquella maldita sonrisa torcida se convertiría pronto en mi perdición. Nunca había visto nada tan brillante, ni unos dientes tan perfectos como los suyos.

Extendió su mano hacia mí, expectante. Mi mirada alternaba de su radiante sonrisa a la palma de su mano, que resultaba callosa al tacto cuando finalmente decidí tomarla. Tiró de mí para ayudarme a levantarme y me sorprendió su fuerza a pesar de su enclenque apariencia.

No me soltó en ningún momento, sino que continuó tirando de mí hasta que salimos del callejón. Entonces me di cuenta de lo que estaba ocurriendo y planté mis pies con fuerza en el suelo para detenerme. Los ojos ambarinos del niño se posaron en mí cuando se giró, sin comprender por qué me negaba a moverme.

─¿Qué ocurre?─quiso saber, ladeando su cabeza en un gesto de confusión que me recordó mucho al de un cachorro─. No tienes que tener miedo, mamá sabrá cómo ayudarte.

Su sonrisa se suavizó aún más y una sensación de calidez me invadió el pecho. Sacudí la cabeza para mostrar mi disconformidad con lo que había dicho, pero sentí un nuevo tirón de mi brazo, algo más juguetón que el anterior.

─Estoy bien así.─mi voz sonó estrangulada después de pasar tanto tiempo sin usarla─. No necesito su lástima.

El tono despectivo de mis últimas palabras no pasó desapercibido para el castaño, que suspiró mostrando una expresión comprensiva. Odiaba eso, odiaba con todas mis fuerzas que aquel niño privilegiado creyera que tenía una mínima idea de las cosas que había tenido que soportar a mi corta edad.

─Mamá cura a todos los niños que se hacen daño, no eres especial.

Aquellas palabras podían sonar bruscas, pero yo sabía perfectamente que la intención de Reed era calmarme. Aún así, estaba insegura. Mi mirada viajó a la distancia que nos separaba de la que suponía que sería la casa del niño. Finalmente di un apretón a su mano para hacerle saber que estaba lista.

Aquella deslumbrante sonrisa volvió a iluminar su rostro y tiró de mí hacia su hogar. Empujó la puerta y en seguida me llegó el sonido de las risas y el delicioso aroma de la comida que se hacía en la lumbre.
Pronto descubrí el significado de sus palabras, había muchos niños corriendo de un lado a otro de la casa, jugando y peleando unos con otros. Su padre trataba de poner orden y hacerse oír sobre el griterío, aunque no le estaba resultando fácil.

Su madre se encontraba en la pequeña cocina, canturreando una canción que sonaba en su destartalada radio mientras iba de un lado a otro preparando la cena. El olor a especias hizo que me picara la nariz y la arrugué instintivamente.

Reed me llevó hasta su madre y le tiró del vestido para llamar su atención. La mujer, de cabellos negros como el carbón y tez acaramelada, se giró hacia nosotros y ahogó una exclamación al ver el estado de mi rostro y mi ropa. Se limpió las manos apresuradamente en el delantal y se puso a mi altura, acunando mis mejillas en sus cálidas manos.

─¿Quién te ha hecho esto, mi niña?—preguntó con voz angustiada y luego miró a su hijo— ¿Dónde la has encontrado?

—Estaba comiendo sola en un callejón, no me ha dicho qué le pasó.—respondió el castaño sin darme oportunidad de explicarme.

Sin mediar más palabra, la mujer se levantó y tiró de mí hacia una de las sillas del comedor, haciendo que me sentara. Desapareció en una de las habitaciones y regresó con un botiquín en sus manos. Desinfectó mi boca y limpió las pequeñas heridas que tenía por mi rostro.

Después de aquello, me presentaron a la familia al completo. Comprendí que Reed era el único hijo biológico de la familia. Asteria, la madre, perdió la capacidad de quedar embarazada debido a una enfermedad y había optado por acoger a otros tres niños que ya reconocía de haberlos visto por las calles.

A partir de ese momento, viví con ellos. Sin embargo, nunca llegaron a adoptarme formalmente. Fue como si ya supieran lo que iba a pasar.

 Fue como si ya supieran lo que iba a pasar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El Resurgir del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora