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Pereza

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Pereza

Hideyoshi.

El tiempo pasaba lentamente en las celdas oscuras del palacio de Sagehaven. Daiki y yo habíamos sido arrojados aquí después de nuestra desafortunada confrontación con los gendarmes. Cada día, la fría piedra de las paredes y el suelo parecía absorber más de nuestra esperanza. Pero en medio de la desesperación, algo nuevo florecía entre Daiki y yo.

Desde el momento en que nos conocimos, siempre hubo algo especial en nuestra amistad. Una conexión profunda que iba más allá de las palabras. Sin embargo, ahora, encerrados en esta celda, esa conexión se volvía más tangible, más real.

—Hide, ¿estás despierto? —susurró Daiki en la oscuridad de la celda.

—Sí, Daiki. ¿Qué pasa? —respondí, girándome para verlo a través de la penumbra.

—Estaba pensando en cómo saldremos de aquí —dijo, su voz cargada de determinación.

—Yo también he estado pensando en eso —admití—. No podemos quedarnos aquí para siempre. Tenemos que encontrar una forma de escapar y recuperar la Almohada del Letargo.

Daiki se acercó y se sentó junto a mí en el suelo. Podía sentir el calor de su cuerpo, un consuelo en medio de la frialdad de nuestra prisión.

—Hide, hay algo que necesito decirte —dijo en voz baja, su tono serio—. Desde que nos encerraron aquí, he estado pensando mucho en nosotros, en lo que significamos el uno para el otro.

Mi corazón comenzó a latir más rápido. Sabía a dónde se dirigía esta conversación, pero escuchar esas palabras de Daiki, aquí y ahora, hacía que todo se sintiera más real.

—Daiki... —empecé, pero él me interrumpió.

—Hide, te quiero. Siempre lo he hecho. Eres más que un amigo para mí, mucho más. Y no quiero seguir fingiendo que no siento lo que siento.

La sinceridad en su voz me dejó sin aliento. En la oscuridad, busqué su mano y la encontré, entrelazando mis dedos con los suyos.

—Yo también te quiero, Daiki —confesé, mi voz temblando—. Siempre lo he sabido, pero tenía miedo de admitirlo, incluso a mí mismo.

—Tenemos que salir de aquí, Hide —dijo Daiki con determinación renovada—. No solo por nosotros, sino por todos en Wyvern. Y por la Almohada del Letargo. No podemos dejar que el sacrificio de nuestros padres sea en vano.

Asentí, sintiendo una fuerza nueva brotar dentro de mí. Estar juntos en esto, saber que teníamos el apoyo mutuo, me daba una razón para luchar, para superar mi naturaleza perezosa y tomar acción.

—Entonces, ¿cómo escapamos? —pregunté, decidido.

Daiki sonrió en la oscuridad, un destello de esperanza en sus ojos.

—He estado observando a los guardias, sus patrones de movimiento. Creo que hay un cambio de guardia durante el cual podríamos escapar. Necesitamos un plan, y tenemos que estar listos para actuar rápidamente.

Pasamos los siguientes días observando a los guardias, memorizando sus rutinas. Cada vez que uno de ellos se acercaba demasiado, nos manteníamos en silencio, esperando el momento perfecto para poner en marcha nuestro plan.

 Cada vez que uno de ellos se acercaba demasiado, nos manteníamos en silencio, esperando el momento perfecto para poner en marcha nuestro plan

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El Resurgir del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora