Siete desconocidos, siete almas que comparten un mismo destino. Siete historias unidas por un bien mayor.
¿Sabrán distinguir el bien del mal? ¿Podrán descifrar quién es el verdadero enemigo?
Esta es la historia de los hijos del pecado, siete jóvenes...
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Lujuria
Calix.
La mañana había llegado con una claridad inusitada, el sol brillaba con fuerza mientras me dirigía a la casa de Aeliana. Cada paso que daba resonaba con la certeza de lo que tenía que hacer. No era solo una misión, era una cuestión de salvar nuestro mundo. Y necesitaba a Aeliana a mi lado.
Cuando llegué, ella estaba en el jardín, su cabello dorado reflejando la luz del sol como un halo. Se giró al escuchar mis pasos, sus ojos azules llenos de curiosidad.
—Calix, ¿qué haces aquí tan temprano? —preguntó, una sonrisa asomando en sus labios.
—Necesito que vengas conmigo a Sagehaven —dije sin preámbulos. Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión de sorpresa y preocupación.
—¿Sagehaven? ¿Por qué?
—He descubierto una forma de viajar hacia la capital al sur, y tenemos un plan para entrar al palacio. Pero no puedo hacerlo solo. Necesito tu ayuda, Aeliana.
Ella me miró fijamente, su mente procesando mis palabras. Finalmente, asintió. —Está bien. Vamos.
Nos dirigimos hacia el punto de encuentro, donde un carro de mercancías esperaba para llevarnos. Subimos y nos acomodamos entre las cajas y barriles, ocultos de las miradas curiosas. El camino hacia Sagehaven era largo, pero estábamos decididos.
A medida que avanzábamos, el paisaje iba cambiando de las colinas verdes y exuberantes a un terreno más árido y rocoso. El calor del día se intensificaba, y el espacio reducido del carro hacía que estuviéramos más cerca de lo que nunca habíamos estado.
El silencio entre nosotros era espeso, cargado de emociones no dichas. Finalmente, no pude soportarlo más.
—Aeliana, necesito que sepas algo —dije, mi voz apenas un susurro. Ella me miró, sus ojos fijos en los míos, expectantes.
—¿Qué es, Calix?
—Desde que éramos niños, siempre te he admirado. No solo por tu valentía, sino también por tu compasión y fuerza. Me has inspirado a ser una mejor persona, incluso cuando no lo sabía.
Sus ojos se suavizaron, y extendió una mano para tocar la mía. —Calix, yo...
Antes de que pudiera terminar, el carro tropezó con un bache, haciendo que ambos perdiéramos el equilibrio. Caímos juntos, mi cuerpo cubriendo el suyo, y por un momento, el mundo desapareció. Estábamos tan cerca que podía sentir su respiración contra mi piel, el calor de su cuerpo se fundía con el mío.
Nuestros labios se encontraron en un beso que fue tanto una liberación como una promesa. Un beso cargado de toda la tensión acumulada, de todos los sentimientos no expresados. Sus manos se enredaron en mi cabello, atrayéndome más cerca, mientras el mundo alrededor desaparecía.
Cuando finalmente nos separamos, ambos estábamos sin aliento. —Calix, no sabía que tú... —comenzó, pero la interrumpí, poniendo un dedo en sus labios.
El viaje continuó, y la tensión entre nosotros se había transformado en una conexión más profunda. Finalmente, llegamos a las afueras de Sagehaven. La ciudad era impresionante, con sus altos muros y edificios majestuosos, pero no teníamos tiempo para admirarla. Nos escabullimos a través de las calles, evitando a los guardias y buscando una forma de entrar al palacio.
El plan era sencillo: usar los túneles subterráneos que había descubierto en mis investigaciones. Aeliana me siguió sin dudar, su confianza en mí inquebrantable.
—Calix, ¿estás seguro de esto? —preguntó mientras nos deslizábamos por un estrecho pasaje.
—Lo estoy. Tenemos que hacerlo, Aeliana. Por Dewhar, por todos nosotros.
Ella asintió, apretando mi mano en señal de apoyo. Sabía que mientras estuviéramos juntos, podríamos enfrentar cualquier desafío. Y con esa certeza, nos adentramos en la oscuridad del palacio, listos para lo que viniera.
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