Siete desconocidos, siete almas que comparten un mismo destino. Siete historias unidas por un bien mayor.
¿Sabrán distinguir el bien del mal? ¿Podrán descifrar quién es el verdadero enemigo?
Esta es la historia de los hijos del pecado, siete jóvenes...
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Gula
Seren.
Sagehaven se alzaba majestuosa ante mí cuando llegué a sus puertas. Era una ciudad diferente a todo lo que había experimentado en mi vida en el tranquilo pueblo alpino de Aldness.
Desde que el reflejo en el río me había mostrado la imagen del pecado de la gula y la urgencia de la situación, no había tenido dudas sobre mi misión. Mi padre me había despedido con una mezcla de orgullo y preocupación, sus ojos cansados mostrando el peso de los años y las responsabilidades que había llevado sobre sus hombros.
—Sé cuidadosa, Seren. —Sus palabras resonaron en mi mente mientras me acercaba al palacio, mi corazón latiendo con anticipación.
Entrar en el palacio de Sagehaven fue más fácil de lo que esperaba. Encontré una entrada poco vigilada en el costado sur y me deslicé sin ser detectada. Mis sentidos estaban alerta mientras navegaba por los pasillos, evitando encuentros con los gendarmes y buscando pistas sobre la ubicación del Cáliz de la Voracidad.
Cada sala que exploraba parecía más imponente que la anterior, con techos altos y estatuas antiguas que observaban desde las sombras. Finalmente, después de horas de búsqueda meticulosa, encontré un mapa antiguo que indicaba la presencia de una sala oculta en las profundidades del palacio.
Seguí las indicaciones del mapa, guiándome a través de pasillos oscuros y escaleras silenciosas. Mi corazón latía con fuerza cuando finalmente llegué a la puerta tallada con símbolos de exceso y abundancia. Empujé con cautela la puerta entreabierta y entré en la sala oculta.
Lo que vi me dejó sin aliento. En el centro de la sala, iluminado por la luz tenue que se filtraba desde las ventanas, había un altar adornado con frutas exóticas y jarras de vino. Sobre el altar descansaba el Cáliz de la Voracidad, una pieza tallada en ámbar dorado, resplandeciendo con una energía propia.
Pero no estaba sola. Frente a mí, había un grupo de individuos que parecían tan sorprendidos como yo. Reconocí a algunos de ellos por las historias que había escuchado: Calix y Aeliana, que habían llegado antes que yo, y otros dos desconocidos que me miraban con igual intensidad.
Nos quedamos en silencio durante un momento, evaluándonos unos a otros, conscientes de que nuestros destinos se habían entrelazado en esta búsqueda crucial para proteger a Dewhar.
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