Alastor, el Demonio de la Radio, era un poderoso Overlord envuelto en intriga y misterio. Llevaba una existencia solitaria hasta que la princesa del infierno, Charlie Morningstar, lo convenció de adoptar a un hijo. Al principio, Alastor dudó, pero l...
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T1 **1 año después de la muerte de Adam y el ataque de sus exorcistas**
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**Lucifer Morningstar**
Las semanas pasaron como un torbellino mientras me ocupaba de trasladar mis pertenencias al Hazbin Hotel. El proceso fue agotador, pero valía la pena para estar más cerca de mi querida Charlie. Cada caja de mis preciadas posesiones fue meticulosamente colocada en mi nueva habitación, transformando lentamente el espacio en algo que se asemejara a mi antigua morada en el palacio infernal.
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Una tarde, mientras revisaba unos documentos antiguos en mi biblioteca personal, un ruido extraño resonó por el pasillo. Dejé los papeles a un lado y me levanté de la silla, el ceño fruncido.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —murmuré, ajustando mi chaqueta antes de salir de la habitación para investigar.
Al llegar al origen del alboroto, me encontré con Charlie y Vaggie en medio del pasillo, rodeadas de cajas y decoraciones de aspecto festivo. Estaban en una acalorada discusión sobre cómo reorganizar el lobby del hotel.
—¿Qué están haciendo, chicas? —pregunté, cruzando los brazos y levantando una ceja.
Charlie me recibió con una sonrisa radiante, su entusiasmo era contagioso.
—¡Papá! Estamos redecorando el lobby. Queremos darle un toque más acogedor para nuestros huéspedes.
Miré alrededor, notando las cajas llenas de luces de colores y muebles nuevos.
—¿Un toque más acogedor? —repetí, examinando los objetos con curiosidad—. Supongo que todo esto es idea tuya, ¿verdad, Charlie?
Charlie asintió con vigor, su rostro brillaba de emoción.
—Sí, papá. Queremos que el hotel sea un lugar donde todos se sientan bienvenidos, incluso tú.
Asentí lentamente, conmovido por su dedicación y la inocencia que lograba mantener en un lugar tan sombrío.
—Está bien, haz lo que consideres mejor. Solo asegúrate de no tocar mis pertenencias —le advertí, sonriendo para tranquilizarla.
Vaggie, que había estado observando en silencio, dio un paso adelante y me miró con firmeza.
