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"Tus ojos son como dos zafiros.."

—Steven Grant🌗

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Ambos se encontraban sentados en el sofá de la pequeña sala del departamento de Steven.

El día había sido agotador para ambos y ahora simplemente querían descansar un poco viendo una película juntos.

La luz tenue de la lámpara creaba un ambiente cálido y acogedor. La película que habían puesto como pretexto para estar juntos parecía pasar desapercibida, porque la verdad era que preferían observarse y hablar.

Steven se acercó más hacia ti y pasó su brazo por detrás de ti, envolviéndote en un abrazo.

—Me encanta estar así contigo, mon amour —murmuró Steven, su voz suave y cansada mientras te miraba con una sonrisa.

Tu corazón se aceleró al escuchar sus palabras. Siempre te encantaba cuando Steven usaba esas pequeñas frases en francés para llamarte. Te giraste ligeramente para mirarlo y no pudiste evitar sonreír al ver la ternura en sus ojos queriendo cerrarse por el cansancio.

—Yo también los disfruto, Steven—. Respondiste, acurrucándote más en él—. Últimamente no hemos estado mucho tiempo así, compartiendo.

Steven, aún soñoliento, miró tu rostro nuevamente y se encontró con aquellos ojos color celeste que tanto le gustaban.
Amaba ver su brillo en la oscura habitación, solamente iluminados por el brillo de la televisión encendida. Él pestañeó unas cuantas veces, intentando no dormirse ahí mismo.

—"Tus ojos son... como dos zafiros" —murmuró soñoliento—. Uhh... poesía barata, ¿cierto?

Tú lo miraste, sonrojada.

Steven siempre te dedicaba poemas y notas que a veces dejaba en tu bolso o en otros lugares, pero por alguna razón esta vez fue más... lindo.

Sonreíste, dejándolo ver nuevamente lo hermoso de tus ojos color cielo.

—No, para nada...a cualquier mujer le gustaría —respondiste, acariciando su cabello con delicadeza.

Notaste cómo Steven empezaba a luchar contra el sueño, sus párpados pesados cayendo y levantándose con dificultad. Su respiración se volvió más profunda y rítmica. Sabías lo duro que trabajaba en la tienda de regalos del museo, y no podías evitar sentir ternura al verlo así, tan vulnerable y cansado.

Poco a poco, Steven se fue durmiendo en tus brazos, su cabeza apoyada en tu hombro. Lo observaste por un momento, admirando su rostro relajado y tranquilo. Sonreíste ante la escena, sintiéndote afortunada de tenerlo a tu lado.

El suave murmullo de la televisión y el calor del abrazo de Steven te envolvieron, y sin darte cuenta, comenzaste a sentir el peso del cansancio también.
Cerraste los ojos, dejándote llevar por la paz del momento.

Poco después, te dormiste tú también, acurrucada junto a Steven, en una noche que se convirtió en un dulce recuerdo de amor y tranquilidad.