Capítulo 31

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—¿Entonces eres una cambia formas? —pregunte ante la explicación de Samirah

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—¿Entonces eres una cambia formas? —pregunte ante la explicación de Samirah.

Nos encontrábamos en su habitación ya que rápidamente habíamos conectado por lo que ella me mostraba varios de sus libros y me explicaba lo que era ella.

—Más exactamente, un cambia formas de kitsune —respondió con una sonrisa.

—¿Entonces Adyra también lo es? —pregunté, mirando a la nombrada la cual estaba a unos pasos de nosotras recostada en un pequeño sillón que se encontraba en la habitación.

Samirah negó con la cabeza.

—No, mi hermana es algo diferente —respondió.

—¿Diferente cómo? —insistí, la curiosidad picándome.

—Es un secreto —dijo Samirah con un destello de diversión en sus ojos—. Tendrás que averiguarlo por ti misma.

Antes de que pudiera seguir preguntando, Alexandre apareció en la puerta, tocando suavemente el marco para llamar nuestra atención.

—Charlotte, es hora de volver —anunció, asomándose por la puerta con una sonrisa.

Me despedí de ambas chicas y bajé para despedirme de los demás, una vez en el auto descanse unos minutos en lo que llegábamos a nuestro destino.

Al llegar, la casa estaba tranquila, demasiado ya que solía haber mucho ruido por las pelas de la abuela Juliette y el abuelo. Subí las escaleras, dirigiéndome a la habitación para tirarme en mi cómoda cama.

Al entrar busqué mi diadema para quitarme el maquillaje. Luego de buscar un poco en mi bolso, finalmente encontré la diadema verde, la había elegido ya que era de una rana mi animal favorito.

Con cuidado me la coloqué, me acerqué al baño para lavarme la cara y quitarme el maquillaje. Al mirarme en el espejo, me di cuenta de lo divertido que lucía con la diadema puesta. Sin embargo, al mirar hacia atrás a través del espejo, vi una sombra que no estaba allí antes. Instintivamente, di un golpe hacia atrás, golpeando a la persona que estaba detrás de mí.

—¡Ay! ¡Tienes una buena derecha! —exclamó.

Rápidamente reconocí a Killian sosteniendo su nariz, que había recibido el golpe.

—¡Lo siento! ¡No sabía que eras tú!

—No te preocupes, fue mi culpa por asustarte —dijo, con una sonrisa divertida su mirada subió hasta mi cabeza —. ¿Qué tienes en la cabeza? —señaló la diadema.

—una diadema, es para quitarme el cabello de la cara —explique.

—¿Puedo tener una? —pidió, con una mirada juguetona en sus ojos.

Sonreí y busqué en mi bolso otra diadema que tenía, el la tomo para colocársela.

—Te ves muy adorable con esa diadema —comenté, riendo ante la vista. —Por cierto, tú no deberías estar aquí.

El Encanto PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora