Capítulo 35

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 Desperté con un dolor sordo en mi pecho y un murmullo de voces a mi alrededor

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Desperté con un dolor sordo en mi pecho y un murmullo de voces a mi alrededor. Parpadeé, tratando de enfocar mi visión. Estaba en una habitación blanca, con el suave zumbido de las máquinas médicas de fondo. Killian estaba sentado a mi lado, sosteniendo mi mano con fuerza.

—Charlotte, ¿Cómo te sientes? —preguntó

—Como la mierda—respondí con cansancio.

Killian soltó una risa suave, aunque sus ojos todavía mostraban preocupación.

—Eso suena como tú. Me alegra verte despertar.

Me esforcé por sentarme, pero un dolor agudo me recorrió el pecho, obligándome a volver a recostarme.

—¿Qué me pasó? —pregunté, cerrando los ojos para evitar las luces brillantes del cuarto.

—Te desmayaste de nuevo. Esta vez fue más serio, Charlotte. La magia negra lastimó de gravedad tus órganos, afortunadamente Dimitri intervino.

La puerta se abrió con brusquedad, y Kaiser entró echando humo de lo molesto que estaba.

—¡Voy a matarlo! —exclamó con furia, su voz resonando en la habitación.

Su monólogo fue detenido al verme despierta. Su expresión cambió instantáneamente de ira a alivio

—Charlotte... —dijo, acercándose rápidamente a la cama—Estás despierta.

—Kaiser, cálmate —dijo Killian, tratando de aliviar la tensión—ella necesita descansar.

Kaiser ignoró a Killian por un momento, sus ojos fijos en mí.

—¿Qué te sucedió en la cara? —señale su mejilla la cual estaba roja como si alguien le hubiera dado una bofetada.

Kaiser se llevó una mano a la mejilla, como si apenas se diera cuenta del dolor. Su mirada se suavizó un poco.

—No es nada. Solo la loca de severine.

—¿Severine? —sabía que las tensiones entre ella y el resto habían aumentado últimamente.

—No es nada grave, lo que importa eres tú— Decidí ignorar el hecho de que mentía y traté de levantarme. Apenas me moví, sentí una punzada de dolor en el pecho que ignoré.

—Bonita, por favor, quédate quieta—dijo Killian tratando de detenerme—. No puedes moverte así.

—Quiero irme, odio los hospitales—jale la intravenosa arrancándola, presione para que dejara de salir sangre y me quite los demás aparatos conectados.

—¡Charlotte, por favor! —exclamó Killian, sujetando mi brazo con firmeza—. No hagas esto más difícil.

—¡Basta ya! —gritó Kaiser, visiblemente frustrado—lo siento, pero es por tu bien.

El Encanto PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora