Capítulo 37

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La persona me dio un empujón fuerte, haciéndome chocar contra la pared

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La persona me dio un empujón fuerte, haciéndome chocar contra la pared. Sentí el impacto en mi espalda y el aire salió de mis pulmones en un jadeo doloroso. La visión se me nubló por un instante, pero logré mantenerme en pie, tambaleándome ligeramente.

—¿Qué demonios...? —murmuré, frotándome la espalda y tratando de enfocar mi vista en la figura delante de mí.

Logre reconocer rápidamente a la causante.

Leora.

No leora no existía solo era un cascarón vacío, alguien creado a base de magia negra.

Antes de que pudiera reaccionar, ella intentó volver a tocarme. Instintivamente, levanté las manos y la empujé con todas mis fuerzas.

Winter saltó de mis brazos y corrió alejándose del desastre.

—pequeño traidor—murmure.

No tuve mucho tiempo ya que volví a sentir un jalón que me hizo caer al suelo de nuevo. Leora sostuvo con fuerza mis brazos arriba de mi cabeza, inmovilizándome.

Traté de golpearla, pero su fuerza era superior a la mía, por lo que mis intentos fallaron. La desesperación creció en mi interior mientras luchaba por liberarme.

Sentí un fuerte pinchazo en el costado que hizo detener mis movimientos. Miré hacia abajo y vi un gran pedazo de cristal clavado en mi abdomen. Leora lo sostenía con fuerza, girando el cristal para maximizar el dolor.

Con un esfuerzo supremo, alcé una rodilla y golpeé a Leora en el estómago. Ella gruñó y aflojó su agarre lo suficiente para que pudiera liberar una mano. Aproveché el momento y conjuré magia helada, tocando su brazo con mis dedos.

El hielo se extendió rápidamente desde mis manos, envolviendo su brazo rápidamente llegó a su hombro, sus ojos ahora dorados me miraron sin ningún sentimiento, mientras el hielo seguía creciendo, inmovilizándola.

Con toda la fuerza que me quedaba, empujé a Leora, haciendo que se tambaleara hacia atrás. Aproveché la oportunidad para arrancar el cristal de mi abdomen, gritando de dolor mientras lo hacía. La sangre fluía libremente, pero no tenía tiempo para preocuparme por eso.

Saqué el arma y apunté directamente a su cabeza. Con un temblor en mis manos, apreté el gatillo. La bala atravesó su cráneo, y su cuerpo se desplomó en el suelo.

Respiré profundamente, intentando calmarme. Me acerqué al cuerpo, sabiendo que no era realmente la quien creía era mi amiga, pero aun así sentía el sentimiento de pérdida.

—Lo siento... —susurré, mis lágrimas mezclándose con la sangre que aún fluía de mi costado.

El cuerpo comenzó a desintegrarse, convirtiéndose en cenizas que se dispersaron con el viento. Me arrodillé en el suelo sintiendo el cansancio acumulado.

El Encanto PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora