Capítulo 40

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(𝓚)

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(𝓚)

El dolor de cabeza surgió de repente, como un golpe afilado que atravesó mi mente, haciéndome perder el hilo de la conversación. Mi visión se volvió borrosa por un momento, y las voces a mi alrededor comenzaron a desvanecerse. Las palabras de los demás se convirtieron en murmullos distantes mientras intentaba mantenerme concentrado, pero algo estaba mal, muy mal.

Mi respiración se aceleró. Había sentido este tipo de dolor antes, pero no con esta intensidad. Había algo más profundo, algo que me estaba desconectando de mi propio cuerpo. Intenté ignorarlo y regresar a la conversación que estaba sucediendo, pero una punzada más fuerte me hizo apretar los dientes.

—¿Sucede algo? —la voz de mi hermana me hizo volver en sí. La miré, tratando de disimular lo que estaba sintiendo, pero sé que no era lo suficientemente convincente.

—Estoy bien.

Todo se detuvo de golpe. El dolor desapareció tan rápido como había llegado, como si nunca hubiera estado allí. Parpadeé varias veces, tratando de recomponerme.

"¿Qué sucede?" mi lobo no respondió hasta después de unos segundos.

"No siento nuestro lazo con nuestro mate, es como si estuviera roto"

Me levanté de inmediato en cuanto obtuve la respuesta de mi lobo, el lazo no estaba, ahora se sentía como una cuerda desgarrada. Vacío. Silencio. Era como si me hubieran arrancado una parte esencial de mí mismo.

—¿Adónde vas? —lysander me siguió hacia afuera de la casa— Espera ¡killian!

Ignore sus gritos para buscar el camino más corto hacia donde debía estar Charlotte, no podía comunicarme de ninguna manera.

—¡Maldita sea, detente! —Lysander me alcanzó, agarrándome por el brazo y obligándome a detenerme.

—¿Quién es el encargado de cuidar a Charlotte? —pregunte hacia él.

— Ivory y Elain por supuesto, ¿Qué sucede?

—Está roto, Lysander —dije con la voz tensa—. El lazo con Charlotte... ya no lo siento.

Lysander me observó por un segundo, asimilando mis palabras. Sus ojos se oscurecieron, dándose cuenta de la gravedad de la situación.

—Eso no es posible —murmuró, pero su mirada delataba la duda. Sabía que no mentía—el lazo de los mates solo se rompe cuando una de las dos partes muere.

El dolor de cabeza aumentó con la mención de la muerte, una oleada de desesperación intentando apoderarse de mí. Pero no, no podía estar muerta. Mi cuerpo aún funcionaba, mi corazón aún latía con fuerza, yo habría muerto de igual manera.

—No está muerta —repetí con los dientes apretados—. Si estuviera muerta, lo sabría, lo sentiría... No podría ni moverme si algo así ocurriera.

El Encanto PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora