30. Cueca

459 67 62
                                    

Narra Hana

Estaciono mi auto afuera de la iglesia del pueblo. Aquí quedamos de juntarnos con el Atsumu para practicar un par de veces el baile.

Se supone que vendría con el Kei, pero mis hermanos lo arrastraron a ver a las gallinas y no pude contra ellos. El rusio dijo que el estaría bien, solo que tuviera cuidado con el Atsumu.

— Hola don Claudio —saludo cuando entro al salón de la iglesia— ¿El Atsumu no ha llegado?

— Llegó hace diez minutos pero fue a comprarse algo para comer porque no desayunó —me sonríe— gracias por aceptar venir Hanita.

— Lo hago por mi familia, no por usted —hablo pesado, este viejo me cae mal.

— Ah chucha ya llegaste —dice el Atsumu cuando entra.

— Sin garabatos, están en la iglesia —dice don Claudio— la hermana Tita pondrá la música para que ensayen. Yo vuelvo en un rato.

— Viejo re...tamboriao —recuerdo que estoy en una iglesia antes de decir un garabato.

No soy la más religiosa pero sí tengo algo de respeto.

— ¿Cual vamos a bailar? —pregunta el Atsumu— estaba pensando en-

— La consentida —lo interrumpo— esa era la favorita de mi abuelo.

— Ah —hace una mueca triste— verdad... ya, esa entonces.

— La consentida no es cueca en realidad —dice la monja— le falta-

— Si no es esa no bailo, simple —la interrumpo ponéis cara de poto.

— Será po, iré a buscar ese CD.

¿Quien ocupa CD hoy en día?

— Siempre el publico pide otra —el Atsumu se acerca un poco— ¿"A tu lado te gustaba" cierto?

— Sí, con esa ganamos el año pasado de hecho —sonrío al recordar— entonces la consentida y si es que llegan a pedir otra, bailamos a tu lado.

— ¿Teni tu banda todavía? el viejo Claudio me pidió que las usaramos.

— Sí, la tengo todavía colgada al lado de la tele.

— ¿Nunca más se te cayó el estante de arriba?

— Nop, tu y tus inventos raros lograron que nunca más se cayera, ni tiembla —digo riendo.

La monja llega y pone la canción en su intento de parlante. Nos ponemos en posición y empezamos el ensayo.

Escuchar la canción me trae tantos recuerdos de mi tata.

Cuando nos equivocamos nos reímos caleta, me tengo que afirmar la wata.

— ¡Zapatea bien! —le pego con el pañuelo— oh que risa.

— A ti se te olvidó el cepillado, no me wei.

— Iglesia —le vuelvo a pegar con el pañuelo— Dios te va a castigar.

— Pfff, una más, una menos —se encoge de hombros— ya oh, ponte seria.

Lo intentamos otra vez y por fin nos sale. La monja esta chata de nosotros y se va a servir un café. Ponemos la canción unas tres veces más y todas nos salen bien.

— Ya, la otra —tomo un poco de agua— lo mismo que el año pasado, pero sin el final.

— Lo tenía claro —rueda los ojos— no soy tan aweonao.

Beso de carrete | Tsukishima KeiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora