Quizás te habían dicho que es un abogado novato, pero no es verdad. Es el diablo en persona: ruso, millonario, codiciado, peligroso y sin escrúpulos. Así se describe Cassian Rostov, un abogado de la mafia. Las leyes del abogado perderán su rigidez c...
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Cassian
Mis hijos y mi mujer jugaban con los leopardos mientras los observaba a lo lejos. Fumaba un habano fuera del alcance de mis hijos; podré ser un criminal y un asesino, pero mal esposo no soy ni mal padre nunca seré.
—Señor Rostov —habló Tony cerca de mí—, ¿no es peligroso que ese leopardo esté afuera?
La leoparda hembra miró a Tony, mostrando sus dientes molesta. Mi hija Maliah la nombró como Vespera, ni qué decir de mi otra hija y cómo nombró al macho.
—Peligroso sería que yo le ordene comerte.
—La señora me protege, y si sabe lo que le conviene, déjese de amenazas.
—Me sirves, Tony —lo miré—. Por eso sigues con vida.
—Y porque también voy por los antojos de su mujer embarazada, que debería ir usted y no yo.
Sonreí al contemplar a mi mujer embarazada por tercera vez. Su cabello castaño estaba más claro, sus ojos azules más oscuros, y su cuerpo... demonios, yo estaba más que complacido, aunque molesto; volveré a compartir sus pechos. Me costó mucho que Cassiel los dejara, y ahora otro ocupará mi lugar. Es el último hijo, lo juro; si es hombre, por supuesto, porque si es niña, busco otro.
—Tony —mencioné su nombre sin apartar la vista de mi familia.
—Sí, señor Rostov.
—Eres mi mejor amigo —balbuceé.
—¿Dijo algo, señor?
—Que eres mi mejor amigo. Lo dije feliz.
—Eso se sabía, señor, pero es tan terco.
—Soy Cassian Rostov.
—Mi mejor amigo —siguió—. El diablo.
Reí. Tony se alejó en dirección a los niños y mi mujer se acercó. La tomé de la cintura y la senté en mis piernas; el leopardo había corrido con los otros.
—Señora Rostov, le sienta muy bien su tercer embarazo —la recibí con un beso—. Muy hermosa.
—Señor Rostov, espero que esté complacido por haber logrado su objetivo.
—Obtengo todo lo que manifiesto, vida mía.
—¿Y si es otra niña?
—Hago otro.
—Cassian.
—Bromeó amor—apreté sus caderas—Será un niño.
—Espero que si. Es el último hijo.
—No podría estar más de acuerdo. No pienso compartir esas tetas de nuevo. Son mías, mías.
Ella se rió y tomó mi cara entre sus manos, dándome un beso. Enamorado y perdido cada vez más por esta mujer.
