Los días siguientes fueron una mezcla de emociones encontradas. Me esforcé por no pensar demasiado en Richard, pero cada vez que revisaba mi teléfono, una pequeña parte de mí esperaba un nuevo mensaje suyo. Sin embargo, lo único que recibía eran mensajes de Marcela, contándome cosas sobre la escuela o los planes para el fin de semana.Marcela y yo nos habíamos propuesto estudiar juntas para los exámenes finales, así que decidimos pasar la tarde en su casa. Todo era normal, como siempre, hasta que llegamos a su casa y me di cuenta de que Richard estaba allí.
Él estaba sentado en la sala, revisando algunos documentos en su laptop. Cuando entramos, levantó la vista y nos saludó con una sonrisa cálida.
—Hola, chicas. ¿Cómo les fue en la escuela hoy?
Intenté mantener la compostura, pero mi corazón latía más rápido de lo normal. Respondí lo más natural posible, mientras Marcela contaba cómo una profesora casi la sorprende copiando en un examen. Richard se rió, y esa risa, tan cercana y contagiosa, hizo que el ambiente se sintiera cómodo.
Nos dirigimos al cuarto de Marcela, pero antes de que pudiéramos cerrar la puerta, Richard asomó la cabeza.
—Oigan, ¿les gustaría algo de comer? Estoy pensando en preparar algo rápido.
Marcela, siempre glotona, aceptó de inmediato.
—¡Claro! Lo que sea, papá, tú cocinas increíble.
Yo asentí, tratando de no parecer demasiado ansiosa por pasar más tiempo cerca de él.
Mientras Marcela revisaba algunos apuntes en su escritorio, me quedé en la cama mirando el techo, distraída. No podía evitarlo, la presencia de Richard me perturbaba de una manera que nunca antes había experimentado. Sentía que algo había cambiado entre nosotros, pero no estaba segura de qué era.
—Jessi, ¿estás bien? —preguntó Marcela de repente.
Me incorporé rápidamente, fingiendo estar concentrada en el estudio.
—Sí, sí, todo bien. Solo... pensaba en la materia de mañana.
Marcela se encogió de hombros, aceptando mi respuesta sin más preguntas. Pero cuando bajamos para cenar, el ambiente se sentía más denso. Richard había preparado unos sándwiches y nos sentamos los tres en la mesa. La conversación fluía entre Marcela y él, pero yo estaba extrañamente callada.
En un momento, Richard me miró, como si notara mi incomodidad.
—¿Todo bien, Jessi? Te veo un poco distraída.
Lo miré a los ojos, y por un segundo, sentí que él también notaba esa extraña tensión. Sonreí débilmente y asentí.
—Sí, todo bien. Solo cansada, creo.
—Si necesitas algo, solo dímelo, ¿ok? —respondió, su tono suave, pero cargado de una preocupación que me desarmó.
No supe qué decir, así que simplemente bajé la mirada y continué comiendo. ¿Por qué me afectaba tanto? Él era el papá de mi mejor amiga, y aunque sí, había algo en él que me atraía, no podía dejarme llevar por esas sensaciones.
Después de cenar, nos despedimos. Richard me ofreció llevarme a casa, pero inventé una excusa para evitarlo. Sabía que pasar más tiempo a solas con él solo complicaría mis pensamientos.
Esa noche, en mi cama, volví a revisar mi teléfono. Ningún mensaje nuevo de Richard, lo cual, de nuevo, me dejó con una sensación agridulce. Pero no podía hacer nada al respecto. Tenía que mantener estos sentimientos bajo control.
Antes de dormir, recibí un mensaje de Marcela.
—Papá dice que hoy estuviste muy callada. ¿Estás segura de que todo está bien?
Sonreí ante la preocupación de mi amiga, pero sabía que no podía contarle lo que realmente pasaba por mi mente.
—Sí, Marce, solo el estrés de los exámenes. No te preocupes.
Apagué mi teléfono y me arropé, deseando que esta confusión se esfumara con el amanecer. Pero en lo profundo de mi corazón, sabía que algo estaba cambiando, y no estaba segura de poder detenerlo.