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La resaca emocional del encuentro con Richard la noche de la fiesta me siguió durante días. No podía sacarme de la cabeza ese momento en el jardín, cuando el mundo parecía reducirse a él y a mí, como si nada más importara. Las palabras que no dijimos, el contacto apenas perceptible de su mano, todo me mantenía en un estado de confusión y anhelo.

Aquel miércoles por la tarde, Marcela y yo habíamos planeado un encuentro en su casa para estudiar. Aunque había intentado sumergirme en las tareas escolares, mi mente seguía divagando hacia Richard y lo que había sucedido en la fiesta. Pero había algo más que rondaba mis pensamientos: la creciente sensación de que necesitaba respuestas, aunque temía lo que esas respuestas pudieran ser.

Al llegar a casa de Marcela, toqué el timbre, esperando que me abriera la puerta como siempre. Sin embargo, no fue ella quien apareció, sino Richard. El impacto de verlo ahí, tan casual en una camiseta ajustada y jeans, me dejó sin palabras por un instante.

—Hola, Jessi —saludó con una sonrisa amigable—. Marcela salió un momento, pero dijo que no tardaba.

—Oh, está bien —respondí, intentando sonar despreocupada mientras el corazón me latía con fuerza—. Puedo esperarla aquí.

Richard me invitó a pasar, y nos dirigimos a la sala. Me senté en el sofá, sintiéndome un poco nerviosa por estar a solas con él después de lo que había pasado. Me esforzaba en mantener la conversación ligera, pero la tensión en el ambiente era palpable.

—¿Cómo has estado desde la fiesta? —preguntó Richard, acomodándose en un sillón frente a mí.

—Bien... supongo. Un poco ocupada con la escuela —dije, jugando con los bordes de mi falda, evitando su mirada.

—Eso es bueno —dijo él, pero su tono indicaba que no se refería solo a mis estudios—. La pasamos bien esa noche, ¿no?

Asentí, sintiendo que mis mejillas se sonrojaban. Había tantas cosas que quería preguntar, tantas emociones no resueltas, pero no sabía por dónde empezar.

—Sobre lo que pasó en la fiesta... —comencé, pero me detuve, insegura de cómo continuar.

Richard se inclinó hacia adelante, su expresión ahora más seria, como si estuviera esperando mis palabras.

—Sí, lo que pasó —dijo suavemente—. Sé que fue inesperado, y no quiero que pienses que... que yo...

—No, no lo pienso —lo interrumpí, sintiendo una mezcla de alivio y decepción al escuchar su vacilación—. Fue solo... raro. No sé cómo explicarlo.

Nos quedamos en silencio por un momento, ambos sumidos en nuestros propios pensamientos. Finalmente, Richard rompió la quietud.

—Jessi, sé que lo que te voy a decir puede sonar extraño, pero... he estado pensando mucho en ti desde esa noche.

Mi corazón dio un vuelco, y lo miré con los ojos muy abiertos, incapaz de ocultar mi sorpresa.

—¿Pensando en mí?

—Sí —admitió, y en su mirada había una honestidad que me desarmó por completo—. No es algo que debería estar diciendo, lo sé. Tú eres la mejor amiga de Marcela, y yo... bueno, soy quien soy. Pero no puedo ignorar lo que siento.

Las palabras de Richard cayeron sobre mí como una revelación, trayendo consigo una mezcla de miedo, emoción y confusión. Parte de mí quería rechazar lo que estaba diciendo, decirle que estaba equivocado, que no podía ser. Pero otra parte, una parte que no podía ignorar, sentía lo mismo.

—Richard, yo... —Intenté formar una respuesta, pero las palabras no salían. Estaba atrapada entre lo que quería y lo que sabía que era correcto.

Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió y Marcela entró en la casa, interrumpiendo el momento. Me levanté rápidamente, sintiéndome como si me hubieran atrapado haciendo algo prohibido.

—¡Jessi! Perdón por la demora —dijo Marcela con una sonrisa—. ¿Ya te estaba aburriendo mi papá con su charla?

—No, para nada —mentí, sonriendo forzadamente—. Solo estábamos hablando.

Richard se levantó también, su expresión ahora neutral, como si la conversación anterior no hubiera sucedido.

—Bueno, las dejo para que estudien. Me voy a mi cuarto a descansar un rato —dijo, lanzándome una mirada que solo yo pude entender antes de desaparecer por el pasillo.

Marcela no pareció notar nada extraño, y me llevó a su habitación para que comenzáramos a estudiar. Pero mi mente estaba en otra parte, reviviendo la conversación con Richard, tratando de entender lo que significaba para nosotros, para mí. No podía dejar de pensar en lo que había dicho, en lo que yo había sentido al escucharlo.

Estaba claro que algo había cambiado, algo que no podía deshacer. Lo que sucedería después, no lo sabía, pero una cosa era segura: mi vida, y la relación con Richard, nunca volverían a ser las mismas.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora