19

519 40 4
                                    


La relación con Marcela había mejorado desde nuestra última pelea. A pesar de todo, siempre habíamos sido inquebrantables, y aunque los últimos meses nos habían puesto a prueba, logramos volver a esa complicidad que tanto extrañaba. Ahora, las cosas se sentían más estables, y su presencia en mi vida me daba la fuerza para enfrentar los desafíos que venían.

Sin embargo, lo que había sucedido con Richard no dejaba de darme vueltas en la cabeza. No podía dejar de pensar en ese beso, en cómo me había sentido y en la confusión que había seguido. Sabía que lo que había hecho no estaba bien, pero tampoco podía ignorar lo que había sentido en ese momento. Era como si una parte de mí hubiera estado buscando algo, alguien que me diera la estabilidad que tanto necesitaba, y había encontrado en Richard una fuente inesperada de consuelo.

Marcela no sospechaba nada, y eso solo hacía que me sintiera más culpable. ¿Cómo podía mirarla a los ojos después de lo que había pasado? Pero al mismo tiempo, no podía evitar desear más de lo que nunca debería haber deseado. Era un juego peligroso, uno que sabía que no podía ganar.

Esa noche, mientras estaba acostada en mi cama, repasando todo lo que había sucedido, recibí un mensaje de Marcela. Me invitaba a su casa para una cena familiar, y aunque lo último que quería era volver a ver a Richard, no podía decirle que no.

Llegué a su casa un poco antes de la hora acordada. Richard estaba en la cocina, preparando algo mientras Marcela terminaba de poner la mesa. Cuando me vio entrar, su mirada se encontró con la mía, y durante un segundo, fue como si el tiempo se detuviera. Sentí una oleada de emociones, pero me esforcé por mantener la compostura.

—Hola, Jessi —dijo Richard, con su voz más neutral posible, como si nada hubiera pasado.

—Hola —respondí, tratando de sonar casual.

La cena transcurrió sin incidentes, y por un momento, me permití disfrutar de la compañía de Marcela y de su familia. Pero cada vez que nuestros ojos se encontraban, sentía una corriente eléctrica que me recordaba lo que había sucedido.

Al final de la noche, mientras nos despedíamos, Richard me acompañó hasta la puerta. Marcela se había quedado adentro, recogiendo los últimos platos.

—Lo siento —susurró Richard cuando estábamos a solas—. No debí...

—No fue solo tu culpa —lo interrumpí, tratando de ser honesta—. Los dos estamos en esto, Richard. Y sé que está mal, pero no puedo evitar sentir lo que siento.

Nos quedamos en silencio, sin saber qué más decir. Finalmente, asentí, aceptando que lo mejor era dejarlo así, al menos por ahora.

—Cuídate, Jessi —fue lo último que dijo antes de que me fuera.

Me alejé de la casa de Marcela con el corazón apesadumbrado, sabiendo que lo que había pasado no se podía deshacer. Pero también sabía que, pase lo que pase, debía mantener mi amistad con Marcela intacta. Ella era lo más importante, y no podía permitir que nada, ni siquiera mis propios sentimientos, se interpusiera entre nosotras.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora