29

613 60 20
                                    

Después de la confesión, la vida entre Marcela y yo volvió a la normalidad, o al menos lo intenté. Sin embargo, el peso de lo que había compartido con Richard seguía flotando en el fondo de mi mente, como un secreto que no podía simplemente ignorar. A veces, me sorprendía a mí misma observándolo de lejos, recordando aquella noche en el baño, preguntándome si él también pensaba en lo que había pasado.

Un fin de semana, Marcela organizó una pequeña reunión en su casa para ver películas. Era algo que solíamos hacer, solo ella y yo, pero esta vez decidió invitar a algunos amigos más para que fuera un poco más entretenido. Santiago, un amigo cercano de ambas, llegó temprano, y pasamos la tarde viendo algunas comedias y hablando de cosas sin importancia.

Estaba tratando de distraerme, enfocándome en la película y en la conversación, pero cada vez que Richard pasaba por la sala o susurraba algo al oído de Marcela, sentía un pequeño escalofrío recorrerme. Era como si el aire se volviera más denso cuando él estaba cerca, como si cada palabra que decía me afectara de alguna manera que no quería admitir.

A medida que la tarde avanzaba, Marcela se fue al patio a buscar algo en el cobertizo, y Santiago aprovechó para acercarse a mí, con esa mirada que siempre tenía cuando sabía que algo me estaba molestando.

—Jessi, ¿estás bien? —preguntó, su voz suave pero directa.

Lo miré, sorprendida por su pregunta. Santiago siempre fue bueno para leer a las personas, especialmente a mí. Desde que éramos pequeños, había sido como un hermano mayor, siempre protegiéndome, siempre pendiente de mí.

—Sí, solo un poco cansada —respondí, tratando de sonar convincente, pero sabía que él no se lo tragaría tan fácilmente.

—No me mientas —dijo, con una pequeña sonrisa—. Sabes que no soy tan fácil de engañar. ¿Algo pasó?

Negué con la cabeza, evitando sus ojos.

—No es nada, de verdad.

Santiago se quedó en silencio, esperando a que dijera algo más, pero no lo hice. No podía. No quería involucrarlo en mis problemas con Richard, no cuando él ya estaba lidiando con mis constantes pedidos de drogas y toda la tensión que eso había generado entre nosotros.

Marcela regresó poco después, con una bolsa de palomitas y algunas sodas. Santiago me lanzó una mirada de "esto no ha terminado", pero dejó el tema por el momento.

La noche cayó rápidamente, y después de que los otros invitados se fueron, solo quedamos Marcela, Santiago, y yo en la sala. Estábamos considerando ver otra película cuando Marcela mencionó que Richard tenía algunas cosas que hacer en su estudio y que no nos molestaría si nos quedábamos hasta tarde.

La sola mención de su nombre hizo que mi corazón latiera más rápido, pero traté de mantener la calma.

—¿Quieres otra soda, Jessi? —preguntó Santiago, levantándose.

Asentí, agradecida por la excusa para salir de la sala.

Mientras Santiago se dirigía a la cocina, decidí acompañarlo, queriendo poner un poco de distancia entre Marcela y yo. No estaba segura de cómo manejar lo que sentía, especialmente después de nuestra conversación de la semana pasada. Las cosas se habían vuelto tan complicadas, y aunque Marcela no había mostrado señales de estar enojada, la culpa seguía pesando en mi corazón.

Cuando llegamos a la cocina, Santiago se acercó al refrigerador y sacó algunas sodas.

—Jessi, de verdad, ¿qué está pasando? —preguntó de nuevo, esta vez con más insistencia.

Lo miré, sabiendo que no podía seguir evitando la conversación. Pero antes de que pudiera responder, escuchamos una voz familiar detrás de nosotros.

—¿Todo bien aquí?

Richard estaba en la puerta, apoyado contra el marco, mirándonos con esa mirada que siempre parecía saber más de lo que decía. Mi corazón se aceleró, y por un momento, me quedé sin palabras. Santiago, sin embargo, sonrió y le ofreció una soda.

—Todo bien, solo estábamos tomando un descanso de las películas.

Richard aceptó la soda y dio un sorbo, pero no se movió. Sus ojos se encontraron con los míos, y por un segundo, sentí que el mundo se detenía. Había algo en su mirada, algo que no había visto antes, pero que reconocí al instante: una mezcla de preocupación y algo más, algo que no podía identificar.

Finalmente, rompió el silencio.

—Bueno, disfruten su noche. Estaré en mi estudio si necesitan algo.

Asentimos, y Santiago volvió a la sala con las sodas. Pero antes de que pudiera seguirlo, Richard se acercó a mí, lo suficientemente cerca como para que solo yo pudiera escuchar lo que iba a decir.

—Jessi... —empezó, su voz baja—. Lo que pasó... en el baño... no debería repetirse.

Sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies, pero antes de que pudiera responder, él ya se había alejado, dejándome sola con mis pensamientos y una confusión aún mayor.

Volví a la sala, tratando de actuar como si nada hubiera pasado, pero las palabras de Richard seguían resonando en mi cabeza, junto con la pregunta que no podía dejar de hacerme: ¿qué se suponía que debía hacer ahora?

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora