Era una noche que prometía ser tranquila, una fiesta de cumpleaños para uno de nuestros amogos de clase. El lugar era un bar con un ambiente relajado, luces suaves y música que retumbaba en el fondo. Había bastantes conocidos, pero también muchos extraños. Como era de esperarse, Richard acompañaba a Marcela, y yo me uní al grupo para no quedarme sola en casa.Al principio, todo fue normal. Pedimos unos tragos, hablamos, y la noche avanzó sin complicaciones. Sin embargo, las copas empezaron a acumularse y, antes de darme cuenta, el alcohol comenzó a nublar mis pensamientos. La sensación de ligereza y desinhibición que me brindaban los tragos se apoderó de mí, y el mundo a mi alrededor se volvió borroso y confuso.
Después de una ronda más, sentí la necesidad de alejarme un poco, de tomar un respiro. Le dije a Marcela que iba al baño y me levanté tambaleante, tratando de mantener el equilibrio mientras atravesaba el bar lleno de gente. Mi visión estaba desenfocada, y cada paso que daba me hacía sentir como si el suelo se moviera bajo mis pies.
Logré llegar al baño y cerré la puerta tras de mí, apoyándome contra el lavabo mientras intentaba recuperar la compostura. El espejo reflejaba mi rostro enrojecido, y la luz tenue del baño hacía que todo se viera surrealista. Cerré los ojos un momento, esperando que el mareo pasara.
De repente, la puerta del baño se abrió bruscamente, y cuando levanté la mirada, vi a Richard entrar. No parecía tan borracho como yo, pero sus ojos reflejaban algo oscuro, una mezcla de preocupación y deseo reprimido. Nos quedamos mirándonos, el aire entre nosotros cargado de una tensión que había estado latente durante tanto tiempo.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz grave resonando en el pequeño espacio.
—No sé... —respondí, sin poder evitar que mi voz temblara.
Sin previo aviso, él se acercó rápidamente, su mano sujetando mi brazo con firmeza mientras me estudiaba de cerca. Había algo en su mirada que me desarmó, como si todo el control que había intentado mantener durante tanto tiempo se desvaneciera en un instante.
Antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, Richard me besó. Fue un beso hambriento, cargado de toda la tensión y los sentimientos reprimidos que ambos habíamos intentado ignorar. El mundo a mi alrededor dejó de existir, y lo único que importaba era la sensación de sus labios sobre los míos, de su cuerpo tan cerca del mío.
Todo pasó en un torbellino. Sus manos recorrieron mi cuerpo con una urgencia que me hizo perder la cabeza. Me levantó, apoyándome contra la pared del baño, y en un instante, nuestras ropas fueron desechadas con prisa. No había tiempo para pensar, solo para sentir.
El ambiente del baño era sofocante, con el sonido amortiguado de la música que retumbaba desde el bar, y el susurro de nuestras respiraciones pesadas llenaba el espacio. Nos movíamos con una intensidad que casi rozaba la desesperación, como si ambos supiéramos que esto era un punto de no retorno.
Lo que siguió fue un torbellino de sensaciones. Cada movimiento, cada toque, cada suspiro era un recordatorio de todo lo que habíamos negado por tanto tiempo. No había ternura, solo una pasión cruda que nos consumía a ambos. Duró solo unos minutos, un rapidín en el baño que cambió todo en un instante.
Cuando terminó, nos quedamos en silencio. Richard se apartó, respirando con dificultad, y me dejó en el suelo mientras intentábamos recuperar el aliento. Ninguno de los dos sabía qué decir, y la realidad de lo que acababa de suceder comenzó a instalarse en mi mente.
Nos vestimos en silencio, evitando mirarnos a los ojos. Sabía que había cruzado una línea que no se podía desdibujar, y el peso de la culpa comenzó a ahogarme. Sin decir una palabra, abrí la puerta del baño y salí, sintiendo como si cada paso fuera más difícil que el anterior.
Volví al bar, buscando a Marcela entre la multitud, pero mi mente estaba a kilómetros de distancia. Nada volvería a ser igual después de esa noche, y aunque intentara ignorarlo, la realidad de lo que había pasado seguiría persiguiéndome.