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Las vacaciones habían llegado, y aunque solo eran unos días, me parecían un escape perfecto de todo lo que había estado ocurriendo en mi vida últimamente. Mamá había decidido que iríamos a casa de la abuela, algo que me emocionaba más de lo que esperaba. Hacía tiempo que no la veía, y la idea de estar en un lugar tranquilo, alejada de las complicaciones de la ciudad, era justo lo que necesitaba.

El viaje fue largo, pero al llegar, todo el cansancio desapareció al ver la sonrisa cálida de mi abuela. Su casa, con sus paredes llenas de fotos antiguas y el olor a comida casera, siempre me hacía sentir segura. Era como retroceder en el tiempo, a una época en la que las cosas eran más simples, cuando mis preocupaciones eran pequeñas comparadas con lo que enfrentaba ahora.

—¡Mi niña, cómo has crecido! —exclamó la abuela, abrazándome con esa fuerza que solo ella tenía, a pesar de su edad.

Pasamos la tarde poniéndonos al día. Me contó sobre los chismes del pueblo, sus nuevas recetas y cómo había decorado su jardín. Me encantaba escucharla hablar, su voz era como un bálsamo para mi mente agitada. Mamá, por su parte, parecía más relajada de lo que la había visto en meses. Estar lejos de la ciudad y de los problemas con papá le había sentado bien.

Esa noche, después de una cena deliciosa, salí al porche de la casa. El cielo estaba despejado, lleno de estrellas, y el aire era fresco, puro. Me senté en una de las viejas sillas de madera, dejando que el silencio me envolviera. No podía evitar pensar en todo lo que había sucedido en las últimas semanas: Richard, Marcela, la confusión de mis sentimientos... Era como si estuviera atrapada en una tormenta de emociones y no supiera cómo salir de ella.

Intenté concentrarme en el presente, en disfrutar de ese momento de paz. Pero mi mente seguía volviendo a Richard. A lo que habíamos hecho, a lo que significaba para mí. Me preguntaba si él también estaría pensando en eso, o si para él no había sido más que un error, algo que debía olvidar.

Mientras estaba sumida en mis pensamientos, la puerta del porche se abrió, y mi abuela salió con dos tazas de té caliente. Se sentó a mi lado, sin decir nada al principio, solo disfrutando de la compañía y el silencio de la noche.

—Siempre has sido una niña pensativa —dijo finalmente, con una sonrisa suave—. Incluso cuando eras pequeña, siempre estabas en tu propio mundo.

—Supongo que sí —respondí, devolviéndole la sonrisa, aunque sabía que había más en mi mente de lo que quería admitir.

—¿Quieres hablar de lo que te preocupa? —preguntó, mirándome con esos ojos sabios que parecían ver más allá de lo que yo decía.

Suspiré, preguntándome si debería contarle. Pero luego decidí que no era necesario, no quería preocuparla. Así que solo negué con la cabeza.

—Estoy bien, abuela. Solo... pensando en la vida —dije, tratando de sonar despreocupada.

Ella asintió, como si entendiera sin necesidad de más palabras. Nos quedamos allí, en silencio, mirando las estrellas, hasta que el sueño empezó a vencerme.

Esa noche dormí mejor de lo que había dormido en mucho tiempo, acunada por el sonido lejano de los grillos y el confort de saber que, al menos por unos días, estaba en un lugar donde nada malo podía alcanzarme.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora