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El aire de la madrugada estaba frío, y mi piel se erizaba bajo la delgada chaqueta que llevaba puesta. A cada paso que daba, sentía el corazón más pesado. ¿Cómo había llegado a este punto? Caminando por calles desconocidas, a medio camino entre el amanecer y la oscuridad, no podía evitar sentirme perdida.

Todo había comenzado con una simple mentira. Le había dicho a mi mamá que iba a dormir en casa de Marcela, confiada en que no descubriría la verdad. Alex había insistido en que nos viéramos esa noche, y por alguna razón, no supe decirle que no. Tal vez era la necesidad de escapar de todo lo que me estaba consumiendo. Tal vez era la sensación de que, por una vez, podía ser alguien diferente.

Cuando llegué al bar, me di cuenta de inmediato de que había cometido un error. El lugar era oscuro, sucio y lleno de gente que no inspiraba confianza. La música retumbaba en mis oídos, y las luces parpadeantes solo acentuaban la sensación de incomodidad. Me senté en una esquina, observando a Alex reírse con sus amigos mientras las botellas de licor se acumulaban en la mesa.

Jess, relájate—me había dicho Alex, pasándome un vaso con algo fuerte. Yo apenas tomé un sorbo, sintiendo el ardor del alcohol en mi garganta. Pero no podía relajarme. Algo en el ambiente me ponía nerviosa, como si estuviera fuera de lugar, y en realidad, lo estaba.

Con el paso de las horas, mi ansiedad solo creció. Miré la hora en mi teléfono, viendo cómo los minutos avanzaban rápidamente hacia el amanecer. "Alex, creo que ya es hora de irnos," le dije, tratando de sonar calmada. Pero él estaba tan metido en la conversación con sus amigos que apenas me prestó atención.

Finalmente, después de insistir varias veces, Alex se levantó de la mesa y me llevó al baño. Pensé que íbamos a hablar o que finalmente me llevaría a casa, pero en lugar de eso, las cosas tomaron un giro inesperado.

Vamos, relájate un poco,—dijo mientras sus manos se deslizaban por mi cuerpo de manera invasiva. Me sentí atrapada, como si estuviera siendo sofocada por su presencia.

No, Alex, para—le dije, empujando sus manos con fuerza. Pero él insistió, y yo sentí una oleada de pánico recorrerme. Finalmente, logré apartarlo.

—¿Qué te pasa?—gruñó, su tono lleno de frustración. —Pensé que querías divertirte.—

No así—respondí, mi voz temblorosa pero firme.

Alex salió del baño, dejando una puerta medio rota a su paso, y yo me quedé unos minutos más, tratando de recuperar el aliento. Cuando finalmente me atreví a salir, lo vi. Alex estaba en el centro del bar, con otra chica en sus brazos. La estaba besando con una intensidad que me revolvió el estómago. Sentí una mezcla de rabia y tristeza, pero sobre todo, me sentí estúpida por haber creído en él.

Sin decir una palabra, giré sobre mis talones y salí del bar, dejando atrás el caos y el ruido. Afuera, el sol empezaba a despuntar en el horizonte, pintando el cielo con tonos de rosa y naranja. Caminé, sintiendo el frío atravesar mis huesos, pero al mismo tiempo, una parte de mí se sentía aliviada de estar sola. No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, llegué a la casa de Marcela.
Salgo del bar, temblando de rabia y frustración. No puedo creer lo que acaba de pasar con Alex. ¡Qué imbécil! Apenas lo vi besándose con esa otra, sentí como si me hubieran dado un puño en el estómago. No sé ni por qué me sorprendo. Caminando sola por esas calles vacías, me siento perdida, pero al mismo tiempo liberada. Lo que pasó en el baño... No lo puedo sacar de mi cabeza. ¿Cómo se atrevió? Y ahora, aquí estoy, a las cinco de la mañana, caminando hacia la casa de Marcela.

El viento frío de la madrugada me azota la cara, y aunque el cansancio me pesa, sigo avanzando. Quiero olvidar todo. Después de casi una hora y media caminando, al fin llego a la casa de Marcela. El sol empieza a asomar tímidamente en el horizonte, y mis piernas sienten como si hubieran caminado mil kilómetros. Me acerco a la puerta, con la esperanza de que esté abierta.

—Por favor, que no se haya ido a dormir aún— murmuro para mí misma mientras toco la puerta suavemente.

Justo en ese momento, escucho el sonido de un motor encendiéndose. Miro hacia la calle y veo el auto de Richard a punto de salir. ¡Genial! Justo lo que me faltaba. Su mirada se cruza con la mía y sé que lo sabe todo. Él debe saber que no estuve en casa de Marcela, porque apenas me ve, frena el auto y baja la ventana.

—¿Jessi? —pregunta con una mezcla de incredulidad y preocupación— ¿Qué estás haciendo aquí a esta hora?

—Nada que te importe, Richard. Solo quiero entrar y dormir —respondo con un tono más cortante de lo que pretendía. Mis ojos se encuentran con los suyos y por un segundo, veo esa chispa de decepción en su mirada. No me importa. No hoy.

—¿De dónde vienes? —insiste, ignorando mi hostilidad.

—De un bar, ¿contento? —le suelto, cruzando los brazos para protegerme del frío y de su mirada inquisitiva—. No tienes que decirle nada a mi mamá, ¿vale? No me jodas más de lo que ya estoy.

Richard suspira, claramente frustrado. Parece que va a decir algo más, pero se detiene y solo asiente, como si entendiera que no estoy de humor para sermones.

—Está bien. No diré nada —dice finalmente—. Pero cuídate, Jessi. No quiero verte lastimada.

—Ya es un poco tarde para eso, ¿no crees? —le respondo con una sonrisa amarga antes de girarme hacia la puerta de la casa. La abro y entro sin mirar atrás.

Dentro, la casa de Marcela está en silencio. Subo las escaleras, intentando no hacer ruido, y me meto en la habitación de Marcela. La veo durmiendo profundamente, ajena a todo lo que ha pasado. Me deslizo en la cama a su lado y cierro los ojos, tratando de ahogar todos los pensamientos y emociones que me están comiendo viva.

La noche ha sido larga, y aunque estoy agotada, sé que dormir no será fácil.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora