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Los días que siguieron fueron extraños. Me despertaba cada mañana con un nudo en el estómago, recordando lo que había sucedido la noche en la que fui a casa de Richard. La culpa y la confusión me acosaban, pero sabía que tenía que seguir adelante. No podía dejar que esto me consumiera, así que tomé una decisión: iba a ignorar a Richard, a actuar como si nada hubiera pasado, a intentar recuperar el control sobre mi vida.

No fue fácil. Cada vez que veía su nombre en mi teléfono o escuchaba su voz en mi mente, me obligaba a apartar esos pensamientos. Empecé a ocupar mi tiempo con otras cosas, volviendo a concentrarme en la escuela, en mis amistades, y en todo lo que había dejado de lado por estar atrapada en esa espiral de sentimientos confusos.

Marcela notó que algo estaba cambiando en mí, pero no preguntó. Era como si entendiera que necesitaba espacio, y por eso, pasábamos menos tiempo juntas. Aun así, me aseguraba de mantener nuestra amistad, recordándome a mí misma que no podía perderla de nuevo.

Los días se convirtieron en semanas, y poco a poco, comencé a sentirme mejor. El peso en mi pecho se fue aligerando, y aunque los recuerdos de Richard seguían ahí, no permití que dominaran mis pensamientos. Me obligué a salir, a pasar tiempo con otros amigos, y a disfrutar de las pequeñas cosas que antes me hacían feliz.

Una tarde, mientras caminaba por el parque con Marcela, sentí una especie de paz que no había sentido en mucho tiempo. El sol brillaba, el aire era fresco, y por un momento, me permití sonreír de verdad. No podía decir que todo estaba perfecto, pero estaba mejor. Y eso, por ahora, era suficiente.

—Has estado mejor estos días, ¿verdad? —comentó Marcela mientras caminábamos.

—Sí, creo que sí —respondí, sintiendo que era verdad.

—Me alegra verte así —dijo con una sonrisa, aunque había una pizca de curiosidad en su tono.

La miré, y por primera vez en semanas, sentí que podía ser honesta con ella.

—Estoy intentando dejar algunas cosas atrás —admití, sin entrar en detalles.

Marcela asintió, como si entendiera más de lo que yo decía en palabras.

—Si necesitas hablar, estoy aquí —dijo suavemente.

—Gracias, Marce —respondí, sintiendo una oleada de gratitud hacia ella.

Seguimos caminando, hablando de cosas sin importancia, disfrutando de la tranquilidad del parque. Y aunque sabía que ignorar a Richard no era una solución definitiva, en ese momento, me sentía lo suficientemente fuerte como para intentarlo. No sabía cuánto tiempo podría mantener esa fachada, pero por ahora, me aferraría a ella con todas mis fuerzas.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora