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El cumpleaños de mi prima fue una excusa perfecta para evadirme de todo. Era una noche de fiesta, de risas, y sobre todo, de alcohol. Empecé con tragos ligeros, pero pronto me encontré sumergida en un mar de vodka y tequila. No podía parar, y en cada sorbo sentía que me alejaba más y más de la realidad, de los problemas que me atormentaban.

La música sonaba fuerte, los colores vibraban a mi alrededor, y en algún punto de la noche, perdí la noción del tiempo. Los rostros se mezclaban, las risas se volvían ecos lejanos, y yo solo quería una cosa: escapar. Pero en mi estado, no sabía adónde ir. Lo único que sabía con certeza era que quería ver a Richard.

Tomé un taxi sin pensar, dándole la dirección de la casa de Marcela. No me importaba la hora, ni el hecho de que era completamente irracional aparecer ahí en la madrugada. Lo único que ocupaba mi mente era él.

Cuando llegué, la casa estaba en silencio. Todo el mundo dormía, pero mi aturdida cabeza no captó la situación. Tambaleante, bajé del taxi y caminé hasta la puerta, golpeando con los nudillos. Esperé, sin saber qué respuesta obtendría.

Después de lo que pareció una eternidad, Richard abrió la puerta. Su rostro reflejaba una mezcla de sorpresa y preocupación, claramente confundido por mi presencia a esas horas.

—¿Jessi? ¿Qué haces aquí? —preguntó, con la voz ronca por el sueño.

Sin decir nada, me lancé hacia él, abrazándolo con una desesperación que no podía controlar. El alcohol me había desinhibido por completo, y antes de que pudiera pensar en las consecuencias, mis labios buscaron los suyos. Lo besé, con toda la intensidad que había acumulado en las últimas semanas. Era un beso cargado de deseo y confusión.

Richard intentó detenerme al principio, sus manos firmes en mis brazos mientras trataba de razonar conmigo.

—Jessi, estás borracha, no podemos...

Pero mis labios no se apartaron, y en algún momento, él cedió. Sentí cómo su resistencia se desmoronaba, y su cuerpo respondió al mío. Sus manos comenzaron a recorrerme, explorando cada rincón de mi piel con una mezcla de urgencia y necesidad. El mundo giraba a nuestro alrededor, y en ese momento, nada más importaba.

Nos besamos como si el tiempo se hubiera detenido, como si estuviéramos solos en el universo. Mi corazón latía con fuerza mientras nuestras respiraciones se mezclaban. Estábamos perdidos en ese momento, atrapados en una burbuja de deseo que amenazaba con estallar.

Pero entonces, algo cambió. Richard se apartó bruscamente, como si hubiera despertado de un sueño. Me miró con una mezcla de culpa y determinación, y supe que, una vez más, la realidad nos estaba alcanzando.

—No, Jessi... No podemos hacer esto —dijo, su voz rota por la lucha interna que estaba librando—. Te llevaré a casa.

Intenté protestar, pero estaba demasiado mareada, demasiado cansada para resistirme. Sin decir más, Richard me ayudó a salir de la casa, llevándome al coche. Durante el trayecto, el silencio era pesado, y la culpabilidad comenzó a asentarse en mi pecho.

Cuando llegamos a mi casa, Richard me ayudó a entrar, asegurándose de que llegara a mi habitación sin problemas. Antes de irse, se detuvo en la puerta, mirándome con una expresión que no podía descifrar.

—Cuídate, Jessi —dijo en un susurro, antes de salir y cerrar la puerta detrás de él.

Me dejé caer en la cama, con la cabeza dando vueltas y el corazón hecho un lío. No sabía qué significaba lo que había pasado, pero una cosa era segura: las cosas nunca volverían a ser las mismas. El peso de nuestras acciones comenzaba a hacerse sentir, y supe que las repercusiones no tardarían en llegar.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora