Los días seguían pasando, y poco a poco, todo parecía volver a la normalidad. Mis notas comenzaron a mejorar, y me concentré en ignorar esos sentimientos por Richard que antes me consumían. Era como si hubiera logrado reprimir esa parte de mí, convenciéndome de que todo estaba bajo control. Y al parecer, Richard también lo estaba manejando. Cuando nos cruzábamos por la calle, nos saludábamos con normalidad, sin señales de que algo más estuviera pasando entre nosotros.Una tarde, Marcela y yo decidimos hacer galletas. Era algo que solíamos hacer cuando éramos niñas, y pensamos que sería divertido repetirlo. Llegamos a su casa con bolsas llenas de ingredientes y empezamos a trabajar en la cocina. Todo estaba en silencio; su papá debía estar en casa, pero no escuchábamos nada.
—Voy a buscar a mi papá para que pruebe las galletas cuando salgan del horno —dijo Marcela mientras mezclaba la masa con una sonrisa.
—Yo lo busco —me ofrecí. Cualquier excusa para evitar pensar demasiado era bienvenida.
Subí las escaleras, mi corazón latiendo un poco más rápido de lo normal sin razón aparente. Me detuve frente a la puerta de la habitación de Richard y toqué suavemente. No hubo respuesta, así que, pensando que tal vez estaba durmiendo, abrí la puerta despacio.
Lo que vi me dejó paralizada.
Richard estaba en la cama, y no estaba solo. Una chica, completamente desnuda, estaba sobre él, ambos envueltos en una pasión desbordante. Las sábanas estaban revueltas, sus cuerpos entrelazados, y el sonido de sus besos llenaba el cuarto con una intensidad que me hizo sentir una mezcla de shock y algo más oscuro, algo que no quería reconocer.
La forma en que sus cuerpos se movían, sincronizados, con una química que solo se da cuando ambos se desean con desesperación, me dejó congelada en mi lugar. Era como si todo el aire se hubiera ido del cuarto, dejándome ahí, sola, enfrentando una realidad que no quería ver.
Richard tenía una mano en la espalda de la chica, trazando líneas invisibles sobre su piel desnuda, mientras la otra se perdía en su cabello, jalándola hacia él con urgencia. Sus labios se movían con una familiaridad que me revolvió el estómago, pero no podía apartar la vista, como si algo me forzara a quedarme ahí, siendo testigo de todo.
En ese momento, Richard abrió los ojos. Por un segundo, no me reconoció, pero cuando lo hizo, el cambio en su expresión fue instantáneo. La pasión se desvaneció, reemplazada por una mezcla de sorpresa y culpa que cruzó su rostro. La chica no se dio cuenta de nada, seguía besándolo con la misma intensidad, ajena a mi presencia.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Sentí que mis piernas temblaban, y por un momento, pensé que me iba a desmayar. Pero algo en mí reaccionó, y antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, cerré la puerta de golpe y me alejé rápidamente, casi tropezando en mi prisa por salir de ahí.
Bajé las escaleras con el corazón en la garganta, tratando de respirar, de calmarme, pero sentía como si todo el aire se hubiera escapado de mis pulmones. Mi mente estaba atrapada en esa imagen, en lo que había visto, en la cruda realidad de que Richard, la persona que tanto había intentado olvidar, estaba con otra. Y no solo con otra, sino de una manera que me dejó devastada.
—¿Dónde está mi papá? —preguntó Marcela cuando volví a la cocina, su voz llena de curiosidad.
—No lo encontré, seguro está ocupado —mentí, con la voz temblorosa.
Ella no sospechó nada y siguió amasando la masa de galletas, pero yo estaba destrozada por dentro. Todo lo que había tratado de ignorar, de enterrar, estaba ahí, crudo y real, y no tenía idea de cómo manejarlo.
Las galletas siguieron cocinándose en el horno, pero mi mente estaba en otro lugar. En la imagen que no podía borrar, en la sensación de pérdida que me envolvía, y en la dolorosa realización de que, por más que intentara, no