Las semanas después de aquella noche en casa de Richard pasaron en un torbellino de emociones y silencios incómodos. Mi papá había intentado hablar conmigo, pero yo lo evitaba a toda costa. En casa, las cosas seguían tensas, y cada día era una lucha por mantener la compostura. Necesitaba un escape, algo que me hiciera sentir viva, o al menos, algo que me distrajera de la realidad.Fue entonces cuando Santiago, mi mejor amigo desde la infancia, me sugirió que saliéramos un rato. Acepté sin dudarlo; necesitaba desconectarme, aunque fuera por unas horas. Nos encontramos en un parque no muy lejos de mi casa, un lugar que conocíamos como la palma de nuestras manos. El sol empezaba a esconderse, y la brisa fresca de la tarde prometía una noche tranquila.
—Jessi, te ves hecha mierda —me dijo Santiago, siempre directo, mientras nos sentábamos en un banco apartado.
—Gracias por el cumplido —respondí sarcásticamente, pero sabía que tenía razón.
Santiago me estudió con una mirada más seria de lo usual, como si estuviera tratando de descifrar algo que no entendía del todo.
—Te traje algo que creo que te puede ayudar a relajarte —dijo, sacando un pequeño porro del bolsillo de su chaqueta.
Lo miré, sorprendida. Nunca había visto a Santiago con drogas antes, y aunque sabía que a veces fumaba marihuana, nunca me lo había ofrecido. Aun así, no pude evitar sentir curiosidad. Tal vez era lo que necesitaba, algo que me permitiera desconectar por completo, aunque fuera solo por un rato.
—¿De verdad crees que esto me va a ayudar? —pregunté, algo escéptica, pero tentada.
—No es magia, pero ayuda a despejar la mente por un rato. Y si no te gusta, no pasa nada. Nadie te obliga a nada, Jessi.
Asentí, y Santiago encendió el porro, dándole una calada profunda antes de pasármelo. Lo sostuve entre mis dedos, dudando por un segundo. Pero luego, recordé todo lo que había pasado, toda la tensión acumulada, y decidí que necesitaba un descanso de mí misma.
Llevé el porro a mis labios y di una calada, tosiendo al instante mientras el humo me quemaba la garganta. Santiago se rió, y eso me hizo reír también, a pesar de que las lágrimas comenzaban a brotarme por la tos.
—No es tan fácil como parece, ¿eh? —dijo, pasándome una botella de agua para calmar la irritación.
Tomé otro sorbo de agua y, después de recuperar el aliento, volví a intentarlo. Esta vez, el humo entró más suavemente, llenando mis pulmones y luego saliendo en una nube que se desvanecía en la brisa nocturna. Me sentí extraña, como si el tiempo se ralentizara, y una sensación de calma comenzó a extenderse por mi cuerpo.
—¿Y bien? —preguntó Santiago, observándome con una sonrisa cómplice.
—No está mal —admití, sintiendo una risa tonta subir por mi garganta—. Se siente... diferente.
Nos quedamos en silencio un rato, pasando el porro de un lado a otro. El mundo alrededor de nosotros parecía perder importancia, y todo lo que quedaba era el sonido de nuestras risas y el susurro del viento entre los árboles.
Después de un rato, Santiago me miró con seriedad, algo que no veía en él muy a menudo.
—Jessi, ¿cómo estás de verdad? —preguntó, su voz más suave de lo normal.
Las palabras me golpearon como un mazazo. Quise decirle que estaba bien, que solo necesitaba tiempo, pero la verdad era que me sentía perdida, y por alguna razón, la marihuana parecía haber derribado mis defensas.
—No lo sé, Santi —respondí finalmente, dejando caer la cabeza sobre su hombro—. Me siento rota. Y no sé cómo arreglarlo.
Él no respondió de inmediato, pero me rodeó con su brazo, ofreciéndome el tipo de consuelo silencioso que solo un verdadero amigo puede dar.
—No tienes que arreglarlo sola —dijo al final—. Tienes a Marcela, a mí... y si me permites decirlo, creo que Richard también se preocupa mucho por ti.
—¿Richard? —pregunté, sorprendida por la mención—. No sé, es solo el papá de Marcela...
—Sí, pero se preocupa por ti. Se nota. Y tú lo sabes.
Esa última afirmación me dejó pensando. Richard había sido increíblemente amable conmigo, y sí, sentía algo extraño cuando estaba cerca de él, algo que no podía o no quería identificar del todo.
Santiago debió notar mi confusión porque dejó el tema ahí, permitiéndome quedarme en mi pequeño mundo de pensamientos mientras el efecto de la marihuana comenzaba a desvanecerse lentamente.