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El primer sentido que volvió a mí fue el olfato. Ese olor tan característico de los hospitales, una mezcla de desinfectante y algo químico, lo reconocí de inmediato. Luego, la luz penetró mis párpados cerrados, haciéndome parpadear varias veces antes de poder abrir los ojos del todo. El techo blanco y las luces fluorescentes confirmaron lo que ya temía: estaba en un hospital.

Me sentía débil, como si el peso del mundo estuviera sobre mí, aplastándome. Mi cuerpo estaba pesado y mis pensamientos eran lentos, confusos. No recordaba cómo había llegado ahí, solo flashes de mi cuarto, las pastillas... y luego nada.

—¡Jessi! —La voz de mi mamá cortó el aire como un rayo, llena de desesperación.

Giré la cabeza hacia ella, su rostro estaba pálido, con los ojos rojos de tanto llorar. Al lado de ella, mi padre estaba de pie, rígido, con una expresión que no pude descifrar.

—¿Qué hiciste, mi niña? —dijo mi mamá, acercándose para tomar mi mano. Sus dedos temblaban, y su voz se quebraba en cada palabra.

No supe qué decir. Mis labios estaban secos, y mi mente aún más. Antes de que pudiera articular una respuesta, la puerta de la habitación se abrió y entró un médico, acompañado por una enfermera. El silencio cayó como una losa sobre nosotros.

—Buenos días —dijo el médico, mirando sus notas antes de levantar la vista hacia nosotros—. Bueno, Jessi ha tenido suerte de despertar. Cuando llegó aquí, su cuerpo no respondía, y temíamos lo peor. ¿Sabes cuántas pastillas tomaste?

Negué con la cabeza, demasiado aturdida para hablar.

—Entiendo —dijo él con calma, mirando a mis padres—. Necesito que me respondan con sinceridad. ¿Ha habido algún comportamiento extraño en casa? ¿Alguna razón por la que ella podría haber querido... escapar?

Mi madre sollozó, incapaz de responder. Mi padre, en cambio, parecía a punto de estallar, con la mandíbula apretada y los puños cerrados.

—Doctor, ¿puedo hablar con usted en privado? —dijo mi padre de repente.

—Por supuesto, pero antes... —El médico hizo una pausa, mirando a mi madre—. Señora, su hija es joven, pero en los exámenes recientes hemos notado signos de actividad sexual reciente. ¿Es posible que tenga novio?y halla terminado con el? Cualquier detalle hágaselo saber a la psicóloga del hospital por favor

Las palabras del doctor cayeron como una bomba en la habitación. Mi madre pareció encogerse, llevándose una mano a la boca, mientras mi padre, por otro lado, se volvió hacia mí con los ojos llenos de furia y sorpresa.

—¿¡Qué dijiste!? —explotó, dando un paso hacia mí.

Antes de que pudiera responder, o siquiera pensar en cómo hacerlo, la puerta se abrió de nuevo y entraron Marcela y Richard, cargando un enorme oso de peluche. El contraste entre su gesto alegre y la tensión en la habitación era abrumador.

Marcela sonrió al verme despierta, pero su expresión se tornó preocupada al notar el ambiente cargado.

—Trajimos esto para ti, Jessi —dijo Marcela, con una voz que intentaba ser alegre pero que apenas ocultaba la preocupación.

Richard, en cambio, permanecía en silencio, observando la situación con una expresión que no podía descifrar.

—Gracias... —murmuré, mi voz apenas un susurro.

Pero mis palabras no importaban en ese momento. El médico se despidió con un breve "Hablaremos más tarde" y salió, seguido de mi madre, que no pudo soportar la tensión en la habitación. Mi padre se quedó, mirando a Richard con una mezcla de sospecha y rabia.

—Nosotros... —Richard comenzó a decir, pero mi padre lo interrumpió.

—Tú. —Señaló a Richard, acercándose—. Tú debes saber algo. No me mientas. ¿Sabes quién ha estado con mi hija?

Richard se quedó en silencio, sin saber qué decir. Marcela lo miró con sorpresa, sin entender del todo lo que estaba ocurriendo.

—Papá, basta —murmuré, mi voz débil pero firme—. Ya no más.

El silencio se apoderó de la habitación, y la tensión se hizo casi insoportable. Mi padre me miró, como buscando una respuesta en mis ojos, pero no la encontró. Finalmente, dio un paso atrás, incapaz de lidiar con lo que acababa de descubrir. Marcela seguía sin comprender, mientras Richard permanecía inmóvil, sus pensamientos aparentemente perdidos en lo que acababa de escuchar.

Y ahí, en medio de ese silencio abrumador, supe que las cosas nunca volverían a ser las mismas.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora