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La semana pasó más rápido de lo que esperaba, y antes de darme cuenta, ya era sábado por la noche. La fiesta a la que Marcela y yo habíamos sido invitadas era en la casa de una amiga en común, Alejandra, una de esas fiestas que prometían ser legendarias, con música a todo volumen, luces de colores, y, por supuesto, mucho alcohol.

Me puse un vestido negro ajustado, el cual había comprado hace meses y nunca había tenido la oportunidad de usar. Me arreglé el cabello en ondas suaves y me maquillé con cuidado, queriendo verme bien pero no demasiado recargada. Mientras me miraba en el espejo, traté de calmar la ansiedad que me envolvía. La verdad es que, después de todo lo que había pasado últimamente, no estaba segura de estar lista para una fiesta. Pero ya había dicho que sí, y Marcela estaba emocionada, así que no podía echarme atrás ahora.

Marcela pasó por mí a las ocho, luciendo increíble en el vestido rojo que había comprado días atrás. Su sonrisa era contagiosa, y su entusiasmo me ayudó a calmar un poco mis nervios.

—¡Vamos a divertirnos esta noche! —dijo, tomándome del brazo mientras bajábamos las escaleras hacia la calle.

—Sí, lo necesitamos —respondí, forzándome a sonreír.

Llegamos a la fiesta y, como era de esperarse, la música ya retumbaba en las paredes. Alejandra nos recibió con abrazos y risas, guiándonos hacia el salón donde ya se había reunido un buen número de personas. Las luces tenues y el ambiente cargado de energía me hicieron olvidar, aunque fuera por un momento, las preocupaciones que me habían estado acechando.

Nos unimos a un grupo de amigos en la pista de baile, moviéndonos al ritmo de la música. Era liberador, dejar que mi cuerpo se moviera sin pensar demasiado, solo sintiendo la vibración del bajo y el calor de la multitud a mi alrededor. Marcela y yo intercambiábamos sonrisas, perdiéndonos en la euforia del momento.

Después de un rato, decidimos tomarnos un descanso y fuimos a la cocina a buscar algo de beber. Alejandra había preparado una variedad de tragos, y opté por un cóctel suave, queriendo mantenerme lo suficientemente sobria para disfrutar de la noche.

—Entonces, ¿cómo te sientes ahora? —me preguntó Marcela mientras tomábamos asiento en uno de los sofás.

—Mejor, creo. La música y el ambiente ayudan —respondí, dándole un sorbo a mi trago.

—Me alegra que hayamos venido. Necesitábamos una noche de chicas, sin complicaciones ni dramas —dijo Marcela, alzando su vaso en un brindis.

Asentí, aunque algo en mi interior me decía que la noche estaba lejos de ser libre de complicaciones.

Seguimos bailando, riéndonos y disfrutando de la música, pero eventualmente, mi mente comenzó a divagar. A pesar de mi esfuerzo por concentrarme en la fiesta, los pensamientos sobre Richard seguían acechándome. Cada vez que veía a una pareja bailando cerca, no podía evitar imaginar cómo sería si él estuviera aquí, si me tomara de la mano y me guiara por la pista de baile. La idea era tan absurda como tentadora, y no podía dejar de preguntarme qué haría si lo viera de nuevo, qué sentiría al estar tan cerca de él otra vez.

Después de un rato, necesitaba un respiro del calor y el ruido, así que le dije a Marcela que saldría un momento al jardín. Ella me lanzó una mirada de preocupación, pero asintió.

—No te tardes, ¿sí? —dijo, dándome un abrazo rápido.

Asentí y me dirigí hacia la puerta trasera, agradecida por el aire fresco que me golpeó en cuanto salí al jardín. La música se escuchaba más suave desde allí, y las luces de la casa se reflejaban en la piscina, creando un ambiente casi mágico. Me acerqué a la baranda que bordeaba el jardín y me apoyé en ella, mirando las luces de la ciudad en la distancia.

Mientras estaba allí, perdida en mis pensamientos, escuché pasos detrás de mí. Al girar la cabeza, mi corazón dio un vuelco al ver a Richard caminando hacia mí, con una expresión de sorpresa en su rostro.

—¿Jessi? No esperaba verte aquí —dijo, deteniéndose a unos pasos de mí.

—Richard... —fue todo lo que pude decir, mi mente acelerada tratando de procesar su presencia.

—Vine a buscar a Marcela, pero parece que me adelanté —explicó, rascándose la nuca de manera un tanto incómoda—. ¿Estás bien? Pareces un poco... perdida.

—Solo necesitaba un respiro —respondí, tratando de sonar casual, aunque el solo hecho de verlo tan cerca hacía que mi corazón latiera con fuerza.

Richard asintió, acercándose un poco más. Su presencia era tan imponente como siempre, pero había algo más en su mirada, algo que no lograba descifrar.

—A veces es bueno alejarse un poco del ruido —dijo, su voz suave, pero lo suficientemente firme como para hacerme sentir segura.

Nos quedamos en silencio por un momento, solo escuchando la música y el murmullo distante de la fiesta. Sentía una mezcla de emociones; parte de mí quería dar un paso atrás, alejarme de lo que estaba empezando a sentir, pero otra parte estaba atrapada en la intensidad de su mirada, en la proximidad que parecía cargada de una tensión inexplicable.

—Richard... —empecé, sin saber realmente qué quería decir—. ¿Por qué siempre apareces en los momentos más confusos?

Él sonrió, una sonrisa que era a la vez reconfortante y desconcertante.

—Tal vez porque sé que necesitas a alguien que te escuche —respondió, y su voz era tan baja que sentí como si sus palabras fueran solo para mí.

Sentí un nudo en la garganta, y antes de que pudiera detenerme, lo siguiente que supe fue que Richard había acortado la distancia entre nosotros, su mano rozando la mía con una suavidad que me hizo temblar.

—Jessi... —dijo, y su voz era un susurro, tan cerca que podía sentir su aliento en mi piel.

El tiempo pareció detenerse, y todo lo que existía en ese momento era él, tan cerca, tan real. No sabía qué hacer, no sabía si debía alejarme o dejar que el momento se desarrollara, pero lo que sí sabía era que algo dentro de mí estaba cambiando, algo que no podía ignorar.

Antes de que pudiera tomar una decisión, la puerta trasera se abrió y Marcela salió al jardín, llamándonos.

—¡Richard, Jessi! ¿Qué hacen aquí afuera? ¡Vengan, la fiesta está en su punto!

La magia del momento se rompió, y Richard dio un paso atrás, su expresión volviendo a la neutralidad habitual.

—Vamos, no queremos que nos extrañen —dijo, y aunque su tono era ligero, algo en su mirada me dijo que no había terminado de decir lo que quería decir.

Asentí, siguiendo a Marcela de vuelta a la fiesta, pero mi mente seguía anclada en lo que acababa de suceder, en lo que casi había sucedido. Mientras nos mezclábamos de nuevo con la multitud, no pude evitar preguntarme qué significaba todo aquello, y si alguna vez tendría el valor de enfrentarlo.
Quiero un papá así chao.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora