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No podía dejar de pensar en la alucinación de Richard. Era como si una parte de mí estuviera anclada a esa experiencia, deseando volver a sentir esa intensidad, esa cercanía que, aunque irreal, había sido abrumadora. La realidad no parecía suficiente; necesitaba algo más, algo que me permitiera escapar de mis propios pensamientos.

Fue entonces cuando decidí que tenía que probarlo de nuevo. No importaba cuánto Santiago me había advertido sobre los peligros de seguir jugando con fuego, yo quería más. Quería sentirme viva, aunque fuera por unos instantes.

Una tarde, cuando nos encontramos en el parque como solíamos hacer, lo miré fijamente y le dije sin rodeos:

—Santi, quiero probar otra vez.

Santiago levantó la vista de su teléfono y me miró con sorpresa y preocupación. Sus cejas se fruncieron y dejó escapar un suspiro, claramente no le gustaba la dirección en la que estaba yendo esta conversación.

—Jessi, no creo que sea una buena idea. La última vez casi te pierdes completamente. Ya es suficiente —respondió, tratando de sonar firme.

—No, no es suficiente —insistí, sintiendo una desesperación que no podía ocultar—. Necesito volver a sentirlo, Santi. Por favor, no me dejes así.

—Jessi... —empezó, pero su voz se apagó cuando vio la determinación en mis ojos. Sabía que no iba a darme por vencida fácilmente.

—Solo una vez más —le dije, mi tono casi suplicante—. Solo una vez, y si siento que es demasiado, lo dejaré, te lo prometo.

Santiago me miró, luchando consigo mismo. Finalmente, asintió, aunque a regañadientes.

—Está bien, pero esto es lo último, ¿me escuchas? No quiero verte destruirte por esto —advirtió, su tono serio mientras sacaba otra pequeña bolsita de su chaqueta.

Mi corazón dio un vuelco de emoción y miedo al mismo tiempo. Sabía que estaba cruzando una línea peligrosa, pero en ese momento, no me importaba. Todo lo que quería era volver a sumergirme en esa sensación de libertad, de dejarme llevar.

Tomé las pepas y la lámina de LSD que me ofreció Santiago y, sin pensarlo dos veces, las consumí. Nos quedamos en el parque, como la vez anterior, esperando que los efectos comenzaran. Pero esta vez, en lugar de sentirme asustada, estaba ansiosa, ansiosa por volver a perderme en esa ilusión.

Los efectos llegaron más rápido de lo que esperaba. El parque comenzó a desvanecerse a mi alrededor, y sentí que mi mente se abría, como si un velo fuera arrancado de mis ojos. Y entonces, Richard apareció, más vívido que nunca.

Lo busqué en mi mente, lo atraje hacia mí. Esta vez, no era solo una observadora pasiva. Estaba en control, o al menos eso creía. Sentía su presencia, su calor, su deseo. Y lo quería. Lo quería de una manera que nunca había sentido antes.

—Richard... —susurré, aunque sabía que era solo una fantasía.

Pero en ese momento, no me importaba. Era mi fantasía, y yo la controlaba. Me acerqué a él, sentí su cuerpo contra el mío, su respiración en mi cuello. Estaba tan cerca que podía oler su colonia, sentir la fuerza de sus brazos rodeándome.

—Jessi, para... —la voz de Santiago se filtró en mi mente, pero la ignoré.

No quería parar. No podía parar. Quería seguir, quería más, quería perderme por completo en esa ilusión. Pero entonces, algo cambió. La imagen de Richard comenzó a distorsionarse, su rostro se volvió borroso, y sentí una ola de pánico que me atravesó.

Intenté mantener la imagen, pero se desvaneció rápidamente, dejándome en un abismo de oscuridad y confusión. El pánico se apoderó de mí, y me di cuenta de que había ido demasiado lejos. Estaba perdida, y no sabía cómo volver.

—Jessi, vuelve conmigo —la voz de Santiago sonaba distante, como un eco lejano.

Intenté responder, pero las palabras se atoraban en mi garganta. El mundo a mi alrededor se estaba desmoronando, y yo estaba atrapada en medio de la tormenta.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, los efectos comenzaron a desvanecerse, dejándome temblando y débil en la banca del parque. Santiago estaba a mi lado, sosteniéndome, su rostro lleno de preocupación.

—Te dije que ya era suficiente, Jessi —dijo en voz baja, su tono mezclando el enojo con la tristeza.

Asentí débilmente, sabiendo que tenía razón. Había cruzado una línea que no debía, y ahora estaba pagando el precio. Pero a pesar de todo, una parte de mí seguía anhelando esa sensación, esa conexión que solo parecía encontrar en la oscuridad de mi propia mente.

Que intenso dios miooooooo JAJAJAJA yo pq escribo esto

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora