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Mis notas en el colegio comenzaron a caer en picada, reflejo de la confusión y el caos interno que me consumían. Antes, solía ser una estudiante destacada, siempre comprometida con mis estudios, pero ahora, nada parecía tener sentido. Los profesores me miraban con preocupación, y mis compañeros susurraban entre ellos, pero nadie se atrevía a preguntarme qué estaba pasando.

Una tarde, mientras revisaba los exámenes recientes, vi las notas rojas que resaltaban en la hoja. Un 3,5 en matemáticas, un 3,8 en literatura. Era como si estuviera viendo la vida de otra persona, alguien que había perdido el control y no sabía cómo recuperarlo. Me mordí el labio, luchando contra las lágrimas que amenazaban con desbordarse.

No podía seguir así. Necesitaba algo, alguien que me ayudara a salir de este agujero negro en el que me había metido. Y en el fondo, sabía quién era la única persona que realmente podía entenderme, aunque me aterrorizara la idea de acercarme de nuevo a él.

Richard.

Esa tarde, decidí ir a su casa. No había visto a Marcela en días, y aunque me aterraba la idea de enfrentarme a Richard después de todo lo que había pasado, algo dentro de mí me empujaba a hacerlo. Sabía que no era solo una atracción, era algo más profundo, una necesidad de conectar con alguien que entendiera el caos dentro de mí.

Cuando llegué, la casa estaba tranquila, pero sentía un nudo en el estómago. Toqué el timbre y esperé. Marcela no estaba, lo cual de alguna manera fue un alivio, aunque también me hacía sentir más expuesta.

Richard abrió la puerta, y al verme, su expresión cambió de inmediato. Se veía sorprendido, pero también preocupado.

—¿Jessi? —dijo, frunciendo el ceño—. ¿Qué haces aquí?

No sabía qué decir, así que simplemente lo miré, esperando que él entendiera sin palabras. Finalmente, Richard me hizo pasar y me llevó a la sala. Nos sentamos en el sofá, y pude sentir la tensión en el aire.

—¿Estás bien? —preguntó después de un largo silencio.

Negué con la cabeza, sintiendo las lágrimas brotar sin control. Me odiaba por mostrarme tan vulnerable frente a él, pero al mismo tiempo, sabía que no podía seguir fingiendo que todo estaba bien.

—No puedo más, Richard... —susurré, cubriendo mi rostro con las manos—. Todo está mal, y no sé cómo arreglarlo.

Richard me miró con una expresión que no había visto antes en él, una mezcla de compasión y algo más, algo que me hacía sentir una calidez inesperada. Se acercó y me abrazó, con una ternura que nunca había esperado.

—Vas a estar bien, Jessi. Solo necesitas tiempo y ayuda. No tienes que cargar con todo sola.

Su cercanía era reconfortante, y por un momento, me dejé llevar por la sensación de seguridad que su abrazo me ofrecía. Pero pronto, esa seguridad se transformó en algo más. Sentí cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido, y cuando Richard me miró a los ojos, supe que él también lo sentía. Estábamos peligrosamente cerca, y la línea que habíamos jurado no cruzar se volvía cada vez más borrosa.

—Jessi... —dijo en un susurro, como si estuviera debatiéndose internamente.

Pero no quería escuchar razones, no en ese momento. Necesitaba aferrarme a algo, y Richard era la única persona que me hacía sentir que no estaba completamente perdida. Acerqué mi rostro al suyo, ignorando la voz en mi cabeza que me decía que me detuviera.

Él pareció dudar, sus ojos reflejaban la lucha interna que estaba teniendo, pero no se apartó. Durante un segundo eterno, nuestras miradas se encontraron, y luego, sentí sus labios rozar los míos. Fue un beso suave, apenas un toque, pero suficiente para hacer que mi corazón se desbocara. Pero de repente, se apartó bruscamente, como si hubiera cometido un error fatal.

—Esto no está bien, Jessi... —dijo con voz ronca, apartando la mirada—. No puedo hacerte esto, no después de todo.

Me sentí rechazada, pero más allá de eso, comprendí que Richard estaba tan perdido como yo. Sin decir nada más, me levanté y salí de la casa, con el corazón pesado y la mente hecha un lío. La confusión y el dolor se mezclaban en mi interior, y mientras caminaba de regreso a casa, supe que lo que había pasado entre nosotros no se iba a borrar fácilmente.

Pero al menos, por ahora, tenía claro que no podía seguir en ese camino. Necesitaba encontrar la manera de arreglar mi vida, de reconectar con Marcela y con Santiago, antes de que todo se desmoronara por completo.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora